10. Confesionario

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Abril en el convento era especial. No solo porque fuera un mes de temperaturas amables, que también, pero era un mes de entrega musical al Señor, de convertir las misas en un auténtico espectáculo como ofrenda a Dios Padre. A las monjas les entusiasmaba aquella iniciativa que había implantado Sor Noemí desde su ascenso como abadesa del convento. Los grupos de eclesiásticas componían las melodías y letras, a veces, incluso bailaban a la par. Todo por una única razón: demostrarle a Dios que seguían ilusionadas y felices con el camino tomado.

—Me tenía preocupada—le susurró Alba al llegar al pasillo y encontrarse a Natalia.

—Perdone, hermana—se disculpó sin mirarla a los ojos. Posteriormente sonrió. Aquella voz cada vez le removía más por dentro—. No fui muy cortés con usted. Ruego me perdone.

—¿Está bien? —quiso saber, acariciando sus manos con inocencia.

—Mejor que nunca—reconoció, recreándose en esa mirada noble y brillante que la observaba algo confusa.

—Bueno... luego me cuenta—la frenó, pues Julia venía directa hacia ellas con paso ligero.

—¡Hermanas, hermanas! —gritó—. ¿Habéis repasado bien la letra?

—Que sí...por la gloria del Señor —rodó los ojos Natalia, colocándole bien el velo a su compañera. Los nervios la tenían tan estresada que ni siquiera se había podido mirar bien antes de salir corriendo. En la capilla se oían murmullos que fueron descendiendo poco a poco hasta apagarse por completo. Luego irrumpió la voz firme de Noemí, quien presentaba deshecha en elogios a las tres monjas. Estas se agarraron de las manos sonrientes y salieron con paso seguro al empezar a oír el órgano de la capilla. Todo el convento se vino arriba, aplaudiendo y saltando para ayudar a que esa ofrenda llegara al cielo. Natalia en el centro, con Alba a su derecha y Julia a su izquierda, se movían a la vez: manos arriba y dos golpes de cadera al ritmo de la música.

—Me estalla el corazón, el cielo ya no es gris, será la primera noche que rece junto a ti—entonó Alba, desatando la euforia de las eclesiásticas. Su voz ronca y sensual despertó el entusiasmo de la muchedumbre, entregándose entre palmas e intentos por imitar sus movimientos—. Si me lo permite, le quiero demostrar, que sé sacrificarme por su divinidad.

Sor Paquita dio seis fuertes acordes al piano que las monjas marcaron con su baile.

—Pero debemos tener valor—arrancó Julia, levantando también la pasión de sus compañeras—. Para dejarlo todo por Dios, ¡Uoo! —se desplazaron a la derecha perfectamente coordinadas y acabaron el movimiento uniendo sus manos a la altura del pecho—. Amémonos hasta la eternidad—tomó aire—. Debo entregarme, debo orarle.

—Espíri... ¡TÚ! —tomó el relevo Natalia, desatando los chillidos de las monjas—. No tenga miedo y poséame, con su fe purifíqueme. Y escucha el último voto que hay en mi boca.

Las tres volvieron al centro con descarados y atrevidos movimientos para dar rienda suelta al estribillo.

—Estas monjas a ti te evocan, no insistas porque yo seré la mayor devota. Oh, esta fe ya no se toca—cantaron juntas con toda la energía.

—No, no, no, porque ahora si me entrego—continuó Alba.

—No volveré a cometer ni pecado ni adulterio—la siguió Natalia, terminando la frase frunciendo y el ceño y mordiéndose el labio, insegura de la letra que ella misma había escrito hacía semanas.

—Oh, estas monjas, monjas a ti te evocan—añadió Julia, dejándose la garganta. Las tres irguieron sus brazos a la altura de los hombros, y doblaron su cabeza a un lado imitando la figura de Cristo en la cruz. Dieron varios pasos en esa postura hasta que volvieron de nuevo al centro.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora