11. Ya no

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Ya no quieres ser la misma. Ya no quieres ser tú, o esa versión de ti. Ya no quieres vestir de esa forma, ni seguir la rutina que has llevado durante años. Ya no quieres fingir, no puedes. Puede ocurrir. Ya no sientes lo mismo. Ya no sientes el frío ni el calor. Solo sientes la necesidad de huir. Porque ya no sientes fuerzas para seguir donde has estado siempre. Ya no quieres esa rutina, ni esa falsa expresión en la cara. Ya no quieres seguir ahí porque ya no es tu sitio. Ya no perteneces a ese lugar. Te duele, te duele aceptarlo. Duele reconocer que ya no tienes fe. Duele verbalizar que quieres salir, que quieres escapar del hogar que te hizo feliz.

Pero ya no quieres ser la misma. Ya no quieres ser tú, o esa versión de ti. Ya no tenía sentido. Tu amor por la religión desciende a medida que un rostro joven y puro lo ocupa todo. Pierdes la devoción, la entrega. Pierdes los objetivos. Tu Credo. Las ganas de entregarte a la oración, la concentración en los rezos. Ya no pides por la familia, por los necesitados. Ya no puedes rogarle nada a Dios, más que la libertad. Lo has traicionado, lo has abandonado.

Ya no quieres ser esa monja de hábito oscuro y silencio constante. Ya no puedes. Ya no puedes serlo.

Pero cómo iba a decirle eso a unos ojos rebosantes de inocencia, de inexperiencia. Cómo iba a explicarle a alguien que empezaba a creer que aquel lugar sagrado era salvación cuando a ella la ahogaba en la tristeza. Cómo iba a decirle que agarrara su mano y salieran corriendo de allí. Que a mitad de camino lanzasen sus hábitos al aire, hasta perderse por el cielo y parecer un pájaro blanco y otro negro, muy grandes, muy libres. Que rieran a carcajadas tras una lluvia que las pillara por sorpresa y se besaran empapadas en lágrimas de nubes. Cómo iba a decirle que la abrazaría cada noche sin importar dónde durmieran, en un establo o debajo de un árbol. Cómo iba a decirle eso a unos ojos rebosantes de inseguridad, de inestabilidad.

—Es complicado, hermana—resumió. El gesto de la novicia la tranquilizó. Pensó que podría quedarse allí bebiendo de esa inocencia para siempre en aquel confesionario enano y sofocante. Con ella en sus piernas y su mano acariciándole las mejillas en un intento por consolarla.

—¿Y si habla con la madre superiora? Quizás ella pueda ayudarla—susurró. Natalia negó efusivamente con la cabeza. No quería que nadie la convenciese. No quería volver a intentarlo. No quería permanecer en esa cárcel para siempre. Sería como mentirse a sí misma. Ya se sentía una auténtica hipócrita por amar a quien no debía. Por sentir lo que había prometido que no sentiría por nadie—. Esta noche iré a dormir con usted, si le parece bien.

—Claro—aceptó mientras un cosquilleo le atravesaba el cuerpo.

—Creo que ambas lo necesitamos—reconoció Alba, que también se había desahogado—. Gracias por la charla, hermana. Me encuentro mucho mejor.

Pero Natalia no se sentía mejor, todo lo contrario. Su mundo se había terminado de derrumbar por completo. Porque la noche anterior había tomado la decisión de abandonar el convento. Porque, aunque fuese una idea impulsiva, era lo que más sentía en el pecho. Pero no pensó en Alba. No tuvo en cuenta que ella también sentía, sentía como ella. Solo que sus pensamientos eran radicalmente opuestos. Fue su gran error: contar con la otra persona sin preguntarle primero. ¿Cómo puedes ser tan egoísta, Natalia? ¿Desde cuándo eres así?

Aquella frase le taladró el cerebro durante las horas posteriores. No paraba de pensar en ello. En su falta de empatía. En lo perdida que estaba ahora, y en las preguntas que tenía y no sabía cómo responder. ¿Seré capaz de irme sin ella? ¿Podré sobrevivir sin volver a ver esa sonrisa chisposa? ¿Sin oírla cantar mientras me mira de reojo? ¿Podré dormirme sin su cuerpo invadiendo mi espacio? ¿Podré volver a respirar si no está su olor en el aire?

Siguió preguntándose sin darse respuestas. A veces es más fácil saber cómo te sientes cuestionándote. Pero a ella no le estaba funcionando, solo conseguía sentirse más y más confundida. Más y más triste. Ya no sabía qué le importaba más, si salir de allí o estar con Alba. Ser honesta con su religión y con ella misma, o convertirse en una monja sin religión para tener a esa novicia cerca.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora