Epílogo 6: #Persecución. La Semana Albalia

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El pueblo se dividió en dos mitades:

La Malasaña de la libertad y el amor libre, la que defendía ser cómo uno deseara ser

Y

La Malasaña del miedo. Del temor a lo diferente. A ir contra las reglas. A desafiar a los que dictaban la justicia.

Nuestras diosas y nuestra salvadora aguantaron en su escondite unas semanas para que madre e hija se recuperaran, pero pronto cabalgaron escapando de los soldados. No podían correr el riesgo de quedarse en Malasaña. No podían dejarse atrapar tan fácilmente.

Escrituras de la apóstol Julia, #Persecución

Enero del año 1

Tiritando a lomos del caballo Pablo, las diosas y su pequeña buscaban desesperadamente un lugar donde resguardarse del frío. Por mucho que las tres se pegaran y que la lana que los pastores les trajeron las cubriese, las bajas temperaturas del invierno eran más fuertes. Suerte que los caminos de tierra y nieve las llevaron hasta un pueblecito de campesinos amables llamado VillaOT.

Probaron suerte en una de las primeras granjas que encontraron, la única en la que parecía haber gente despierta, pues una luz parpadeante se veía bajo la puerta.

-¿Qué paza? -un hombre de barba frondosa y ojos azules asomó tras la entrada, encontrándose a dos mujeres de estaturas muy dispares. La más baja parecía esconder algo entre sus brazos.

-Eh... estamos haciendo un largo viaje y nos hemos topado con la noche. ¿Podríamos resguardarnos en su morada hasta que amanezca?

-Vamo' a vé, mozas, esto no es ninguna pozá. Esto es una granja humirde en la que no tenemo' ná.

-Lo entendemos perfectamente, pero...-hablaba ahora la rubia, destapando a su bebé para que el campesino lo viese-. Por favor, ayúdenos. Tiene mucho frío.

-A vé... podéis quedaros en el granero, pero mi mujé no ze puede enterá. Los desconozíos no le hacen ni mijita gracia, ¿de acuerdo?

-Muchas gracias, señor. Su generosidad y bondad serán recompensadas-le dijo Natalia, acariciándole la mejilla.

-Mu' bien, mu' bien. Pero una noche na' má, ¿eh?

El granero era frío, pero era mucho mejor que dormir a la intemperie. Alba y Natalia, conscientes de la temperatura que hacía esa noche, colocaron a Albeilan entre sus cuerpos, dándole calor. Estaban tumbadas de lado, abrazadas sobre un montón de paja. El brazo de Alba descansaba sobre el de Natalia, rodeando así entre las dos a su bebé.

-¡Muaaaaaaaaaaaaa! -gritó la pequeña, rompiendo la idílica escena. La rubia arrugó su cara. Debía de ser muy tarde. O muy temprano. Lo único que tenía claro era que tenía muchísimo sueño.

-¿Qué pasa, mi amor? -preguntó Natalia en un susurro-. ¿Tienes hambre?

-A ver... -bufó Alba.

Trató de darle el pecho, pero la pequeña se negó rotundamente, volviendo sus quejidos aún más rotundos. Insoportables. La meció mientras daba vueltas por el granero mientras Natalia la seguía desesperada. Albeilan no tenía hambre. Ni sueño. Ni frío. Ni dolor. Albeilan lloraba de impotencia. De empatía. Lloraba por los que injustamente eran condenados a morir por su forma de sentir o ser, lloraba porque el mundo no estaba bien diseñado para los que se salen de lo establecido. Lloraba por todas las almas que sufrían por sentirse incomprendidas. Lloraba sin consuelo. Porque en aquel momento, no lo había. También lloraba de miedo. Miedo a ser capturada. Miedo a que sus madres pagaran la condena. A perderlas para siempre. A morir con ellas.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now