15. El destino

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Las chanclas llenas de arena y aventura. El sol picándole en las manos y la cara. Hacía veinte años, tres meses y catorce días que Noemí no pisaba la calle. Había olvidado las sensaciones que le provocaba caminar fuera del convento, lejos de techos y paredes sagrados. Aceleró el paso antes de que tuviese más ganas de seguir disfrutando de un placer prohibido.

La calma no le extrañó. Era el estado natural del convento. Sin embargo, ni siquiera se oían pasos. La capilla estaba vacía, el patio también. Ni rastro de las hermanas en la cocina, ni en el lavadero.

—¿Pero aquí nadie trabaja hoy? —enfureció de camino a la zona de las celdas. Todas las puertas cerradas a cal y canto—. ¡¡Hermanas!!

—¡Cuidado, madre! —gritó Natalia al entreabrir la puerta. María estaba en el techo moviendo la cabeza enérgicamente y emitiendo sonidos gangosos.

—¡Por la gloria del Señor! —se santiguó.

—¡¡ZORRA!! ¡PUTA! ¡DROGADICTA! ¡TE LLEVARÉ CON LUCIFER! —chilló. Luego se lanzó a su cuello intentando ahogarla. Noemí se puso roja en seguida y dejó caer la bolsa que el boticario le había dado. Natalia salió corriendo para socorrerla. Sor Julia también se atrevió a salir tras escuchar los gritos de auxilio desde la celda de Sor Paquita. Ambas consiguieron separar a María y sujetarle las manos, aunque se llevaron algún escupitajo de regalo.

—Vamos a atarla—sugirió Noemí en forma de orden. Entraron en la celda más cercana, la de Sor Paquita, y retiraron la cama de la pared para dejarla en el medio de la habitación. Haciendo uso de la fuerza, ataron a María de pies y manos entre patadas y vejaciones.

—¡SOLTÁDME, MONJAS DEL INFIERNO! ¡GUARRAS! —decía sin descanso. A Natalia le corría el sudor por la frente. Las tres se miraron agotadas y cansadas, Sor Paquita estaba en una esquina con los ojos cerrados y rezando abrazada a un crucifijo.

—¿Por qué tenéis que exorcizarla en mi cuarto? —se quejó cuando Noemí intentaba levantarla.

La abadesa reunió a las monjas en la capilla. Ocuparon las primeras filas, excepto la madre superiora, que se quedó en frente, sentada en el escalón del altar con sus manos unidas. Resopló preocupada.

—La falta de respeto no la voy a consentir—hizo una pausa—bajo ningún concepto. Ni a mí, ni a nadie de mi convento. Me da igual que sea el demonio. En la casa sagrada de nuestro Señor no hay cabida para los insultos. Os he traído diez tweets de Jesús y sus discípulos.

—¿Diez qué? —preguntó Julia confusa.

—Nada, cosas mías—negó con la cabeza—. Llevo veintiocho años ejerciendo de madre superiora en esta casa—hizo una pausa—salgo un día. ¡Uno! Y mirad lo que me encuentro. Una posesa... y todas las tareas sin empezar—se llevó las manos a la frente.

—Noemí... yo no tengo la culpa—gimoteaba Alba entre sollozos—. Un segundo—se tapó la cara y levantó un dedo índice.

—Lo digo en general, novicia.

—Ya lo sé, pero parece que nos estás echando un broncote—se quejó. Natalia acarició su espalda mientras miraba a Noemí de reojo.

—Lo estoy haciendo—afirmó. Las monjas agacharon la cabeza sin entender muy bien el motivo de tanta riña.

Tras la charla, la abadesa salió del convento de nuevo para traer al exorcista del pueblo, un cura de buena reputación con gran talento para espantar demonios. Mientras tanto, la fiebre y el malestar volvían a atormentar a Alba. Natalia la atendía con paciencia y miedo. Cuando la novicia sufría, ella también lo hacía. Como si pudiese sentir su dolor, como si pudieran compartirlo.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora