Epílogo 3: #Gestación

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Mientras el Milagro crecía en el vientre de Alba durante meses, Natalia encontró faena en casa de unos nobles de bien, poderosos pero respetuosos. Trabajaba para ellos durante todo el día, ocupándose de tareas que no diferían mucho de las que desempeñaba en nuestro convento. A base de horas y esfuerzo, fue ahorrando maravedíes para la llegada de su bebé.

Escrituras de la apóstol María, #Gestación

Diciembre del año 0

Con la caída del sol, Alba esperaba impaciente la llegada de su amada. Sentada en una mecedora de madera que ella misma había tallado durante los primeros meses de embarazo, miraba el horizonte desde el huerto que habían sembrado esperando ver la figura del caballo aparecer.

—Ya viene mamá—le susurró impaciente a su enorme barriga, mirándola sonriente y acariciando la zona más baja. El pequeño ser contestó con un par de patadas.

Y tal como le había anunciado a su fruto, aquella mujer de altas dimensiones y trote elegante llegó hasta la casa que habían restaurado con pocos ahorros pero desmesurado ingenio. Pablo relinchó ante la orden de parar, y Natalia sonrió a su prometida mientras se acercaba. Se arrodilló ante la mecedora y besó aquel vientre redondeado, acaparándolo con sus grandes manos. Le saludó cariñosamente, y el bebé reconoció al instante aquella voz y tacto, pataleando enloquecido.

—Te hemos echado mucho de menos.

—Y yo—contestó la morena sonriente, alzándose hasta besar los labios de Alba—. ¿Me perdonaréis si os digo que os he traído un regalo?

—Puede... —dijo tan pensativa como divertida, lo que hizo reír a Natalia.

La joven, cansada tras la jornada inhumana de trabajo, sacó un vestido del pequeño bolso que ella misma había tejido para poder transportar cosas en el caballo, y lo desdobló, haciendo que Alba sonriera con brillo en los ojos.

—Mi vida... pero... no deberíamos gastar maravedíes en...

—Lo he hecho yo—rebatió—. Con los sobrantes de tela de mis amos.

—Es precioso—sonrió, levantándose con dificultad y lentitud.

—Estaréis más cómoda. Ese hábito viejo os apretaba el vientre. ¿A que sí, garbancito? —se agachó, acariciando la barriga de Alba. Una oleada de patadas le dio la respuesta, y aunque Natalia rio, la rubia se quejó por el dolor que le provocaron.

Se adentraron en la casa y disfrutaron de su tiempo a solas, el único que tenían al día. Solían tumbarse frente a la chimenea para contarse el transcurso de la jornada. Alba se quejaba de cómo el tiempo se le pasaba: lento y aburrido. Solía dar pequeños paseos al mediodía, y tocaba el viejo laúd que los nobles le habían regalado a su prometida. Y así pasaba las horas, cantándole a su bebé, deseando que llegara el final del día para poder ver a su amada. Natalia, por su parte, le hacía un resumen de su trabajo, intentando no sonar demasiado cansada.

—Trataré de conseguir pieles mañana. Se acerca el invierno.

—Puedo acercarme al mer...

—No—atajó Natalia—. Apenas podéis levantaros de la mecedora, ¿cómo vais a llegar al pueblo?

—Ya... pero me siento inútil.

—¿Cómo podéis decir eso, mi amor? —preguntó sorprendida, girándose sobre sí para mirar el perfil de Alba, que yacía boca arriba sobre la cama de paja. Así, levantó su vestido para redondear su barriga con la mano—. Lleváis a nuestro fruto dentro. Soportáis los dolores, cuidáis...

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now