Epílogo 5: #Albalidad

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Pero la reyerta tuvo consecuencias... porque nadie pasa por encima de la Inquisición.

Y nosotras lo hicimos.

Era la institución que sometía al pueblo a través del miedo, de las amenazas, de las torturas sin medida. Nadie osaba incumplir las leyes, nadie se atrevía a contradecir a los jueces de la Inquisición, por muy injusta que fuera la sentencia. Por muy inocente que fuera el condenado. Nadie osaba enfrentarse a los supuestos reyes de la moral.

Y nosotras lo hicimos.

Escrituras de la apóstol Julia, #Albalidad

Diciembre del año 0

Habían sembrado el pánico en un juicio inquisitorio. Habían entrado por la fuerza, golpeando a guardias y a jueces, y a todo civil que se interpusiera entre el objetivo principal y ellas: salvar a las diosas de una muerte asegurada. A las devotas de Albalia poco le importaron las posibles consecuencias en aquel instante. No pensaron en qué podría pasarles luego, centrándose únicamente en liberar a las dos personas que las habían hecho creer en el amor de verdad. El amor libre. El amor sin reglas, la libertad sin condiciones.

Tras vencer aquel primer asalto, Natalia y Alba partieron en caballo hasta su humilde morada. Tres monjas las acompañaron subidas en un burro del que se apoderaron a medio camino, mientras que el resto volvió al convento. Sabían perfectamente que aquello tendría consecuencias. Que irían a buscarlas. Que la sentencia de arder en la hoguera seguía en pie. ¿Y dónde mirarían primero...? Claro que sí.

—Buen día, madre—saludó el que parecía el cabecilla de todo un ejército de soldados a caballo. Noemí, que seguía llevando su hábito antiguo, sonrió con inocencia.

—¿Puedo ayudarle en algo, hijo de la Gran Armada? —preguntó, uniendo sus manos a la altura del pecho.

—Buscamos a Alba Reche y a Natalia Lacunza, acusadas de actos contra natura, brujería, herejía, y desacato y ataque a la Santísima Inquisición—contestó, dando un golpe en el suelo con la parte inferior de la lanza que portaba.

—¿A quiénes? —fingió, exagerando la mueca de confusión.

—Madre, ruego no nos haga perder el tiempo. Tenemos una orden del tribunal de la Inquisición para arrestar a Alba Reche y Natalia Lacunza. Tenemos motivos suficientes para creer que se encuentran en este convento—explicó, sin hacer ni un solo gesto con la cara. Estaba entrenado para ello—. Las propias hermanas de vuestro convento participaron en la revuelta contra los jueces, ayudando así a escapar a dos reos con una sentencia anunciada, por lo que también serán juzgadas. Aunque nuestra prioridad, como le decía, es arrestar inmediatamente a Alba Reche y Natalia Lacunza.

—¿Cómo se atreve? —puso las manos en jarras y endureció su mirada—. No sé si debajo de esa armadura se esconde un ápice de inteligencia, hijo. Pero le recuerdo que somos un convento de clausura. Ce ele a u ese u erre a. Clausura. No salen. Las hermanas de La Peseta dedican sus horas a los rezos, no a boicotear juicios de la Inquisición, por Dios y por la virgen.

—Las monjas de la Peseta, según Tinet el Santo y párroco de la Iglesia del pueblo, irrumpieron durante el juicio a las brujas bujarras con hábitos rojos y con actitud violenta. Golpearon a los guardias, jueces y civiles sin ningún tipo de reparo mientras cantaban una canción.

—Nuestro convento no tiene nada que ver con esa historia. Las hermanas de La Peseta no han salido por esta puerta desde que ingresaran como novicias.

—Madre, no me lo está poniendo fácil—carraspeó, mirándola con seriedad—. Tendremos que entrar por la fuerza.

Valientes imbéciles.

Amén - (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now