Séptimo algo: 18 años.

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Emilio había comenzado a trabajar en una pequeña tienda de servicio técnico donde se arreglaban diferentes tipos de artefactos. Desde refrigeradores, pasando por lavadoras, hasta pequeños microondas. Su mamá obviamente lo apoyaba en esto, pues desde siempre le había dicho que los estudios no son todo, que hay diferentes tipos de inteligencia además de oficios, así que ella nunca lo presionó que luego de salir del instituto, él fuera a la universidad o algo.

Por el contrario, Joaquín era un caso distinto. Fue algo difícil para él retrasarse un año por esa tonta caída que lo llevó a meses de reposo y rehabilitación, que lo hizo alejarse un poco de su sueño de entrar a la universidad a estudiar medicina, su deseo desde pequeño, pues tantas visitas al hospital lo hicieron interesarse por ese campo.

Ahora Joaquín volvía al instituto, a comenzar su último año donde todos era distinto. Ya no estaba Emilio para protegerlo, ayudarlo y auxiliarlo, como tampoco estaban sus amigas con las que comentaban sobre los chicos guapos que veían. Ahora todo era distinto, y ya temía enfrentarse completamente solo a ese desafío.

—Joaco, por favor ve con cuidado. Es tu primer día y no quiero venir por ti porque te sobre exigiste en hacer movimientos. La enfermera y la directora saben que si te sientes mal, deben llamarme a mí y la lista de contactos de emergencia que entregué.

—En esa lista, ¿está Emilio? —preguntó con esperanza, estirándose en los asientos traseros para tomar su mochila.

—Sí, pero dejé escrito que lo llamaran en el caso extremo que yo no pudiera venir por ti o no respondiera las llamadas, situaciones muy lejanas a la realidad. Ahora ve, has nuevos amigos y quizás una novia bonita.

—¡Mamá! —chilló el castaño avergonzado, para luego abrir la puerta y bajar del auto, despidiéndose de su mamá.

Suspiró observando la fachada del instituto, posando su mirada en los grupos de chicos que reconocía de años anteriores. Todos estaban con amigos, todos se reencontraban, todos sonreían y él estaba solo, esperando que ese año avanzara rápido.

—Sabes que nadie te va a matar allá dentro.

Se volteó con lentitud y finalmente una sonrisa se instaló en sus labios como la tenían sus compañeros. Emilio estaba a pasos de él, sonriéndole y acompañándolo en aquella etapa que debería enfrentar.

—¡Viniste!

—No podía perderme tu primer día de último año

Joaquín olvidó las palabras de su mamá y caminó con rapidez hasta Emilio, cojeando por supuesto, una consecuencia de aquella caída que lo perseguiría por toda su vida.

Le dio la mano a Emilio para luego abrazarlo y darle dos palmaditas en la espalda como acostumbraban siempre, aunque aquel abrazo duró mucho más tiempo.

—Joaquín, por favor, cuídate. Ahora estás sin mí, y aunque yo esté angustiado trabajando, no podré venir por ti porque se te cayó un pelo o se te salió una uña. Necesito que estés consciente de que debes cuidarte sólo, que no podré correr y maldecir a todo el mundo porque te caíste y te raspaste la rodilla y un pequeño besito te quitaría el dolor.

—¡Eso no lo haces desde que tengo trece! —protestó el adolescente, separándose del abrazo para comprometerse con su amigo mientras lo miraba a los ojos— Pero seré cuidadoso, lo prometo.

—Este sería el mejor momento para que te consigas un buen novio que te ande cuidando y te de sexo como pides con desesperación —comentó Emilio soltando una carcajada, haciendo que Joaquín rodara los ojos cansado por esa broma.

—Mi mamá me dijo algo parecido. 'Has nuevos amigos y consigue una novia bonita' —exclamó con voz aguda citando a su mamá, a lo que fue el turno de Emilio de rodar los ojos.

KISSES 「emiliaco」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora