Octavo algo: 19 años.

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El hombre sonreía mientras veía tal película. Era su favorita por el humor negro, las aventuras sin sentido y el poder de entretención que tenía sobre él. Estaba realmente cómodo comiendo en el sillón de su casa, mientras disfrutaba de la cómoda soledad que poseía en ese momento, pues su madre trabajaba y el dueño de la tienda donde Emilio trabajaba, le surgió una emergencia y le dio el día libre.

Emilio había decidido darse el mío para sí mismo, ocuparse de él y de nadie más. No le diría a su madre que estaba en casa, no le diría a la muchacha con la que actualmente estaba intentando algo, tampoco le daría aviso a Joaquín, su mejor amigo, aunque la verdad es que presentía que el castaño tendría mucho en lo que ocuparse pues estaba aún en clases, terminando su semestre.

Entonces estaba en paz, feliz en la soledad, mirando tal película que lo mantenía atento y entretenido.

Pronto recordó que su mamá tenía palomitas en la despensa, así que pasó la película y se levantó con su teléfono en mano, listo para ir a la cocina. Se hizo camino revisando sus mensajes, hasta que llegó al escondite y sacó su botín, siguiendo las instrucciones poniendo la bolsa en el microondas por unos minutos mientras explotaban los granos de maíz. Revisaba sus redes sociales, respondía mensajes, y cuando escuchó la campanita de que había terminado el tiempo, buscó un bowl listo para verter el contenido.

Escuchó la puerta y voces.

Su ceño se frunció.

Dejó sus palomitas en el bowl y se hizo camino hasta la sala de estar, pero quedó estático cuando notó que en esta estaba su mejor amigo Joaquín, besándose fogosamente con un chico.

Retrocedió dos pasos y se adentró a la cocina, listo para esperar qué diablos iba a pasar.

Buscó en sus mensajes alguno de Joaquín y para nada su mejor amigo le había avisado de una visita, pero tenía más que claro que él había entrado con la llave de repuesto que su mamá le había entregado desde hace años, una costumbre para ambos.

—Subamos, aquí alguien nos puede ver... —Emilio metió un puñado de palomitas en su boca y asintió ante la voz desconocida. Prefería que si su amigo tendría relaciones, fuera en su habitación y no en la sala de estar cuando él estaba demasiado concentrado viendo una película, además ahora no podía salir de la cocina, pues interrumpiría lo que sea que sucedería.

—Todos trabajan, por favor aquí y rápido —suplicó ahora la voz que Emilio conocía a la perfección, la de su mejor amigo Joaquín.

Rodeó los ojos.

Tomó el bowl y pensó seriamente pasar por la sala de estar y subir a su habitación, interrumpiendo, por supuesto, pero luego recordó todos los comentarios que se llevaba de Joaquín malhumorado porque no tenía sexo y deshechó la idea. Con su bowl se deslizó por el refrigerador y se sentó en el suelo, listo para chequear sus redes sociales, comer palomitas e ignorar lo que fuera que pasaría en su sala de estar.

—Oh sí, por favor más —abrió sus ojos como platos ante las súplicas desenfrenadas que escuchaba de su mejor amigo y de pronto él era el que suplicaba, pero a Dios, para que lo hiciera sordo unos minutos.

—Me encanta que supliques Joaquincito...

Escalofríos llenaron a Emilio, además de una mueca de asco por el desagradable tono y apodo con el que aquel desconocido se dirigió a su amigo.

A Emilio ya no que gustaba que Joaquín suplicara.

—Entonces, por favor, hazlo, uno más... —y gimió en alto el castaño.

Emilio fingió un llanto silencioso y se lamentó por no haber interrumpido. Ahora seguramente su mejor amigo tenía un par de dedos en su culo y sí que sería incómodo que él pasará y viera todo.

KISSES 「emiliaco」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora