Capítulo 36.

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Dios griego. Sí, la descripción encajaba con Justin perfectamente. Los atributos físicos eran excepcionales, desde la oscura sombra que cubría la mandíbula hasta los músculos de hierro que endurecían todo el cuerpo. Más que eso, había algo divino en el modo en que olía. No a tequila, desde luego, sino a la mezcla embriagadora de calor, jabón y hombre.
Deslizó los dedos por su mandíbula, disfrutando de la áspera textura y pensando que sólo hacía dos días había deseado hacer esto mismo. Deslizar las manos sobre la carne caliente, en vez de fría piedra gris. Suspirando, cubrió el cuerpo con una suave manta que no consiguió cubrirle los dedos de los pies.
- ¿Qué voy a hacer contigo, Justin en Sarr?


Justin despertó de golpe. La luz del sol se derramaba dentro de la habitación que ocupaba, cerró y abrió los ojos, bizqueando. ¿Por qué era la maldita luz tan brillante? ¿Por qué palpitaba su cabeza, tan dolorosamente que parecía que le fuera a explotar? ¿Y por qué, en nombre de Elliea, sentía la lengua tan seca y pastosa, como si una diminuta criatura hubiera avanzado lentamente en su interior y hubiera muerto?
¿Quizás era él quien se moría? ¿Estaría enfermo?
Despacio, los recuerdos borrosos de la cabeza comenzaron a esclarecerse, aunque varios pedazos de información permanecían, extrañamente, fuera de su alcance. Sin embargo, un pequeño detalle golpeaba la mente: ¡Los hermanos de Mishel eran los responsables de su tormento!
Se impulsó hacia arriba, con la intención de recoger las armas y destruir a los cuatro malditos hombres que le habían dado "Lámelo"
Pero el movimiento hizo que la visión se oscureciera y el estómago se sacudiera, así que volvió a recostarse con cuidado.
Lámelo, era, obviamente, algún tipo de poción. Había de muchas clases diferentes en su mundo y todas eran usadas para conseguir diferentes reacciones, pero ignoraba cuales eran los venenos del mundo de ______. Sospechaba que el ardiente brebaje que había consumido no se usaba simplemente para incapacitar al enemigo, sino también como suero de la verdad.
Demasiado bien recordaba las numerosas preguntas que los hermanos de ______ le hicieron.
¿Cuánto tiempo te quedarás?
¿Por qué te marchas?
¿Cuáles son tus intenciones hacia _______?
No estaba seguro de lo que había respondido pero creía que, quizás, las respuestas originaron la batalla. Acordándose de un golpe bien dado, se tocó el labio. Sí, sin duda le dolía. No recordaba con exactitud, pero sabía que la lucha había sido tres contra uno. Quién había ganado, no estaba tan seguro. Aunque había peleado hasta contra nueve soldados rebeldes a la vez y había salido vencedor, los hermanos de _______ eran una fuerza mucho más imponente.
Un dolor agudo le atravesó la cabeza e hizo una mueca.
Tenía que levantarse, tenía que luchar contra la enfermedad. Había mucho por hacer ese día. Tropezó con la cama y el movimiento hizo que el estómago se agitara, se retorciera y diera arcadas. Luchó, pero pronto comprendió que era una batalla perdida y corrió hacia la sala de baños donde vomitó sobre el fregadero.
Después de que hubiera vaciado el estómago y se hubiera enjuagado la boca, fue en busca de ______ . Los pasos eran lentos y cuidadosos mientras rezaba para que ella poseyera algún tipo de antídoto. Si no, el dolor de estómago y cabeza podían matarlo antes de que el día finalizara.
La encontró apoyada en el mostrador de la cocina, hojeando la gruesa y amarilla guía telefónica y bebiendo sorbos de un líquido verde de una taza. Incluso con los sentidos entorpecidos por el dolor, era una vista digna de contemplar. La luz del sol se volcaba a través de una ventana cercana, acariciándola con un brillo angelical, rindiéndole el glorioso tributo que se merecía.
A su lado, una dulce melodía era tarareada por una caja mágica. El primer instinto fue el de atacar, pero luego notó que el pie golpeaba siguiendo el ritmo, y permaneció en su sitio. Ése era otro de sus chismes, como el contestador automático, comprendió.
Hoy ______ llevaba drocs cortos, ajustados y un top marrón sostenido por gruesas tiras. Aunque ambas prendas se ajustaban a las curvas como una segunda piel, ni el top ni la prenda inferior eran, en realidad, piezas atractivas, aún así, se quedó mirando atontado. Fascinado, podría haberse quedado contemplando su exquisita hermosura eternamente.
Que extraño, pensó, ya que antes la consideraba simplemente bonita. Pero mientras la observaba morder un delgado instrumento de escritura, subiendo y bajando aquellos labios llenos, imitando una acción sobre la que a menudo había fantaseado en los días anteriores, decidió que había estado equivocado. La palabra bonita no le hacía ninguna justicia a tal perfección etérea.
Esa mujer poseía un esplendor más allá del que alguna vez hubiera conocido.
Debió de hacer algún sonido, un gemido de deseo, quizás, porque giró y lo enfrentó.
- ¡Justin! Buenos días. — La intensa mirada se deslizó sobre él, y la expresión se oscureció con
preocupación. — No nos sentimos muy bien ¿Eh?
Frunció el ceño ante el recordatorio.
- Algún día, empalaré a cuatro de tus cinco hermanos sobre una pica de modo que cientos de hambrientos animales
puedan roer su carne. Quizás entonces aprenderán el respeto apropiado que merece un guerrero.
- Si lo consigues tendrás que enseñármelo — refunfuñó. Luego le dirigió una amplia sonrisa. — Llámame
morbosa, pero me gustaría ver cómo lo haces. Me sentiría bastante intimidada.
- ¿Cuándo te he intimidado alguna vez ?
- Oh, lo has hecho — confesó. — Más veces de las que me gustaría admitir. Ahora siéntate antes que te
derrumbes. Te conseguiré café y algunas aspirinas. Son una cura milagrosa, lo prometo. Me salvaron la vida
siempre que bebí demasiado. — Saltó a sus pies.
Con las fuerzas agotadas, se hundió en la silla.
- ¿También te envenenaron esos diablos alguna vez?
- No. — Soltó una risita, un sonido que recorrió sus sentidos como un placer casi físico. — Lo hice yo.
- ¿Por qué te envenenarías a ti misma?
Vertió un líquido negro dentro de una taza y se lo dio. Con movimientos hábiles, abrió cajón tras cajón,
buscando en el interior.
- La primera vez, sentí curiosidad sobre todo y no supe cuando detenerme. Las pocas veces restantes, cometí el
error de beber en ayunas.
Él descansó la barbilla en la mano.
- No tenía ni idea de que fueras tan masoquista,______.
Se paró y giró para afrontarlo, con las manos sobre las caderas. Frunciendo el ceño preguntó.
- ¿Dónde aprendiste esa palabra?
- Hace muchos palmos, una mujer y su amante se encontraron en el jardín y...
- No importa — dijo. — No quiero saberlo. — Abrió el último cajón. — Voy a matar a Nick — soltó.
- Si no lo mato yo primero — refunfuñó Justin sombríamente.
- Siempre que viene, reorganiza mis cajones y luego, al día siguiente, no consigo encontrar nada. La próxima vez
le daré una patada en las joyas de la familia hasta que sea capaz de cantar como una soprano. Así aprenderá.
Justin casi rió. Realmente sonrió ampliamente. Las cosas que decía esta mujer podían volverlo de revés cuando
intentaba entenderlas pero, por una vez, comprendió completamente el significado. Y estaba inmensamente feliz de
no ser Nick Klein. La ira de una mujer era una cosa, la ira de _____ Klein era algo totalmente distinto.
- ¡Espera! — Exclamó. — Lo encontré. — Cogió una pequeña botella blanca del cajón inferior. Después de
hacer saltar la tapa, sacudió dos rosadas pastillas en la mano. — Toma —. Con la palma extendida, le ofreció
las píldoras. — Trágalas. No las mastiques.
Las sopesó en la mano, inseguro de que aquello pudiera ayudarle, pero con un encogimiento de hombros, las lanzó a
su boca y las tragó, ayudado por un gran sorbo de café y casi atragantándose cuando el caliente líquido le
quemó la garganta. El refresco de fresa le gustó; esto no lo hizo.
- ¿También intentas matarme? — Fulminó con la mirada a _______.

Estatua ~Justin Bieber y tú~ [TERMINADA]  By: JavieraHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin