Capítulo 41.

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- ¿En qué pensabas? — preguntó.
Tragando con fuerza, forzó la atención a permanecer en el camino.
- Simplemente, en que no puedo creer que hagamos esto. ¿Eres tan impulsivo en tú mundo?
- No. — No ofreció más información. —¿Cómo es ese lugar al que vamos?
- Bastante parecido a Dallas. — Tenía que conseguir que continuara hablando, tenía que mantenerse distraída. — Sabes, me has contado cosas de tu familia, pero nada realmente importante sobre tu mundo. ¿Cuáles son las diferencias entre Imperia y la Tierra, además del hecho de que todas sus mujeres son esclavas?
Se ofendió por eso.
- Las mujeres no son esclavas en Imperia. Simplemente son responsabilidad de sus hombres.
Rió de la ardiente mirada.
- ¿Hay alguna diferencia?
- Sí. Un esclavo debe obedecer a su amo en cualquier momento. — Enfatizó la palabra esclavo, puntualizando que era masculino, el su se repitió en los oídos mucho después de que hubiera hablado. — No tienen derechos propios. Nunca. Pero a una mujer bajo la protección de un hombre se le permite expresar su opinión.
- Mientras que la opinión no sea diferente de la de su hombre, ¿Verdad?
- En público, no.
- Entonces no hay ninguna diferencia entre un esclavo y una mujer protegida.
Se sentó más recto en el asiento, una indicación clara de que no le gustaba la dirección de sus pensamientos.
- ¿Me entendiste mal deliberadamente? Una mujer es respetada, hasta reverenciada. Un esclavo no es nada más que una posesión que puede ser desechado a voluntad.
- ¿Desechado? ¿Qué diablos quieres decir con eso?
- Sólo que se puede regalar al esclavo o vendérselo a otro. No dije que aplauda esa práctica. Simplemente que puede hacerse. Te hará feliz saber que empiezo a entender que no todas las mujeres tienen la necesidad o deberían ser protegidas.
Antes que pudiera contestar a tan maravillosa declaración, la camioneta dio una sacudida y se escuchó un fuerte pop fuera. Con el corazón a la carrera, paró rápidamente al lado del camino.
- ¿Qué pasa? — exigió Justin.
- Un pinchazo, creo.
Eso fue exactamente lo que era. Poco menos de cuarenta minutos más tarde, ya tenía el neumático cambiado. Podría haberlo hecho en la mitad de tiempo si Justin se hubiera quedado dentro de la camioneta como le había pedido. Pero no. ¡El bárbaro tenía que estar de pie, mirando sobre su hombro, y ofreciendo opinión en todo!
- ¿Estás segura de que va ahí? — había preguntado. — Yo lo pondría aquí.
- Estoy segura.
- ¿Estás segura que la camioneta no se volcará? Aquel objeto metálico la sostiene inclinada. Yo la levantaría por el medio.
- También estoy segura.
- Si giraras el...
- ¡Estoy segura! ¡Estoy segura! ¡Estoy segura!
Él comenzó a cantar algo por lo bajito.
El desinflado neumático explotó.
Una fuerte ráfaga de aire y caucho la envió, tambaleante, hacia atrás y Justin surgió ante ella. Aunque, no pareció preocupado, no, le fruncía el ceño al neumático muerto como si fuera un veneno mortal.
- ¿Qué hiciste? —le exigió, poniéndose en pie. El pulso, sin embargo, aún tenía que reducir la marcha.
- Un hechizo — admitió de mala gana. — Intentaba ayudarte.
- ¡Por Dios, nunca me ayudes otra vez!
- ¿Ni para limpiarte el negro hollín de la cara?
- ¡Ni para eso! — Los nervios estaban al límite cuando regresaron a la carretera un rato después. Estaba sucia, sudorosa y hambrienta. Peor, estaba consternada. No le gustó que la hubiera visto hacer aquella tarea tan poco femenina. ¿Qué hombre deseaba a una mujer que podía ganarle en lo deportes, cambiar su propio neumático, y darle una patada en el trasero luchando? A ninguno, estaba segura. Muchos hombres pensaban en ella como –sólo uno de los muchachos – pero no quería que Justin también pensara así. Y era un poco contradictorio, supuso, ya que quería que la viera como alguien independiente y capaz.
Era tan malditamente atractivo, tan masculino, que esa masculinidad necesitaba, en contrapartida, de alguien totalmente femenino. Las manos se apretaron. Apostaría a que Justin prefería a las mujeres bajitas, de cabellos oscuros que llevaran vestidos y lazos y hablaban con voces suaves y angelicales.
Todo lo que no era.
Ya no la quería, admitió finalmente. Que no la hubiera tocado durante tres días ya decía suficiente, pero había seguido esperando estar equivocada. ¡Si sólo la hubiera intentado seducir una vez en los tres días anteriores!, Solamente una vez. No se sentiría tan... Perdida. Maldito sea, de todos modos. En algún lugar, ahí afuera, había un hombre - además de Justin- qué la aceptaría tal como era. Ese hombre jugaría al baloncesto con ella, la llevaría a los partidos de fútbol, y cada momento que pasaran juntos, la miraría como si fuera la mujer más hermosa y femenina que Dios hubiera creado. No como sus hermanos la miraban, pero...
¡Oh, no! Sus hermanos. Casi gimió. Su familia se preocupaba más de lo normal, y sabía que enviarían una partida de búsqueda si descubrían que la camioneta no aparecía durante toda la noche.
- Dame el teléfono de la guantera — le dijo a Justin con tono exasperado.
- ¿Qué es la guantera?
Ella la señaló.
- Pídelo amablemente.
Estaban como al principio ¿No?. Frunciendo el ceño, buscó el teléfono en el compartimento ella misma y marcó
el número privado de Erik. Era el más tolerante del grupo, y probablemente haría menos preguntas.
Contestó después del tercer toque.
- Klein.
- Pasaré la noche en Lubbock. — No perdió tiempo.
- ¿Por qué? — Contestó Erik .
- Simplemente me apetecía salir de la ciudad. — Me estoy volviendo una mentirosa compulsiva, pensó
sombríamente, y todo por culpa de Justin.
- ¿Por qué? — Preguntó su hermano otra vez.
- Necesito un respiro.
- ¿Te vas sola?
- No.
- Bien ¿Con quién vas?
Hizo una pausa. Entonces simplemente dijo:
- Justin. — Antes que Erik pudiera preguntar más, dijo — Escucha, mejor cuelgo. ¿No me adviertes siempre de
lo peligroso que es conducir mientras se habla por teléfono?
- Vale, vale. Ya capto la indirecta. — La profunda y rica risita sonó en su oído. — ¿Lubbock, dijiste?
- Sí. — Un coche pasó zumbando por su lado. El conductor levantó el dedo y lo agitó. No le hizo caso. —
Seré cuidadosa, no te preocupes.
- Ponme a Justin al teléfono un minuto.
- Apenas puedo oírte — dijo, haciendo luego ruidos estáticos. — Debe... Ser... —Sonriendo presionó la
tecla de colgar y cortó la línea. La sonrisa se volvió más amplia mientras se imaginaba a Eric echando humo
tras el teléfono.
Un rato más tarde se dio cuenta de que se quedaban sin gasolina y la sonrisa se transformó en un ceño. Culpó a
Justin por este nuevo inconveniente. Si no hubiera insistido en este viaje, viaje que no tenía planeado o para el
que no había hecho las maletas, seguramente estaría instalada dentro del Victorian, no preocupándose por si se quedaban tirados.

Estatua ~Justin Bieber y tú~ [TERMINADA]  By: JavieraWhere stories live. Discover now