Capítulo 1

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   El eco del chapoteo de sus pasos resonaba contra las paredes de aquella oscura y húmeda cueva

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   El eco del chapoteo de sus pasos resonaba contra las paredes de aquella oscura y húmeda cueva. El joven avanzaba con cautelosa lentitud, cuidándose de no volver a golpearse la cabeza. Por suerte, le habían recomendado que fuera bien equipado y el casco le había salvado de abrirse la cabeza tras varios golpes. 

   Por si los términos bajo los que le habían citado no eran ya de por si lo bastante extraños, su jefe le había encargado redactar un informe completo de la zona, y por completo no se refería únicamente a que cubriera todos los aspectos geológicos como podrían ser: la petrología, geología estructural, paleontología... sino que debía cubrir también los aspectos biológicos y ambientales de aquella caverna del diablo. El muchacho no tenía muy claro cuál podría ser el objetivo de aquellos estudios, precisamente en aquella cueva perdida en el monte y de tan difícil acceso. Sin embargo, cuestionar a su jefe habiendo sido recientemente incorporado a la plantilla del departamento de Mineralogía y Petrología, no era un riesgo que estuviera dispuesto a correr.

   Siguió caminando mientras le daba vueltas a toda aquella situación en su cabeza. El suelo se sentía resbaladizo bajo sus botas. Una espesa y cálida neblina empezó a pegársele en la piel y a nublarle la vista, de modo que no podía ver tres palmos más allá de sus narices. Al respirar aquel aire tan cargado de vapor de agua, no pudo evitar toser en un acto desesperado por librar sus pulmones de aquella pegajosa niebla. La temperatura y el nivel de humedad en el ambiente aumentaban paulatinamente a medida que avanzaba por el cada vez más estrecho pasadizo. El sudor había comenzado a resbalarle bajo la camiseta, su rostro comenzó a teñirse de un escarlata que le iba subiendo desde el cuello hasta las orejas y el nacimiento del pelo. Cada vez se le hacía más pesado respirar.

   Continuó avanzando hasta que sintió una heladora punzada que trepaba desde la punta de sus pies hasta los tobillos. Se agachó y palpó el suelo con la yema de sus dedos. Un charco. Se había metido de lleno, y aunque no era demasiado profundo, el agua había logrado atravesar de alguna manera su impermeable calzado. Hundió las manos a modo de cuenco y dejó que el agua las llenara antes de llevárselas al rostro para refrescarse. Empezó a sentirse mucho mejor. El agua empezaba a ascender por capilaridad por los altos calcetines y empezaba a mojar el dobladillo del impermeable pantalón.

   «¡Mierda!», maldijo por lo bajinis. Con la poca paciencia que le quedaba echada a perder, el joven empezó a cuestionarse lo que cualquier otra persona se habría planteado desde un primer instante al encontrarse ante una circunstancia equiparable con la suya. Y es que, no es que sea algo de lo más habitual que tu jefe de departamento te cite en una cueva cuya existencia te es totalmente desconocida y cuya entrada se encuentra oculta entre la salvaje maleza —por tanto, no debía de haber sido transitada en mucho tiempo— de uno de tantos bosques que se expandían en aquel lugar. Un lugar que él creía conocer como las palmas de sus manos, pues se trataba de una de las montañas más populares entre los senderistas aficionados de Euskadi, el Pagasarri. 

   A pesar de haber investigado, no encontró ninguna referencia a la misteriosa cueva en toda la bibliografía del Pagasarri. Introdujo las coordenadas en el navegador y le situaron en la mitad de un bosque en la cara Noreste de la montaña. En las imágenes de satélite no se podía distinguir la orografía del terreno y los métodos de filtrado de la imagen para eliminar la maleza que lo ocultaban, no dieron un resultado diferente al que él se pudiera imaginar conociendo lo que conocía de la geología del terreno. Por tanto, que en aquel lugar hubiera cueva alguna parecía improbable. 

La Sociedad del Zircón© [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora