Capítulo 12

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   En cuanto Mireia dio las correspondientes órdenes todos se pusieron manos a la obra

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   En cuanto Mireia dio las correspondientes órdenes todos se pusieron manos a la obra. El reducido grupo se dividió en dos y desaparecieron por distintos pasadizos. La habitación del Zircón quedó desolada. Jon e Iñaki se dirigían al archivo de la sociedad junto al japonés, Mireia y los demás del grupo iban en cabeza.

   —Tu chica tiene un carácter poderoso —dijo el asiático dirigiéndose a Jon, a quien este comentario pilló completamente por sorpresa.

   —No, no... —respondió agitando las manos, nervioso e intentando ocultar su rubor inútilmente—. Ella y yo no estamos juntos..., ella es como mi jefa más directa, somos colegas de trabajo y puede que seamos amigos más allá de los puramente profesional, pero nada más. —Las palabras se le enredaban en la lengua y sintió como si el corazón se le fuese a salir del pecho.

   «¿Es que resultaba tan evidente?» A veces Jon pensaba que todos podían ver a través de su armadura de profesionalidad y seriedad, menos quien realmente él quería que le viera. Con Mireia se quitaba todas esas máscaras tras las que se ocultaba desde bien jovencito, por miedo a que su verdadera forma de ser generase rechazo en los que le rodeaban. 

   La única forma que había encontrado para sobrevivir en entornos en los que sus compañeros siempre le veían como un pequeño intruso, como el típico hermano pequeño que se entromete en los asuntos de "adultos" de su hermano mayor y amigos, como un mocoso fuera de lugar..., era infundiendo respeto desde la seriedad y la superioridad intelectual que poseía a pesar de su juventud. Con Mireia perdía todos esos miedos, entre ellos dos, era ella quien poseía el aura de profesionalidad y respetuosidad más potente, y Jon lo percibió desde el primerísimo día en el que les presentaron.

   Las sonoras carcajadas de Iñaki hicieron que Jon volviera de golpe de los recuerdos de su pasado como joven estudiante de universidad con tan solo dieciséis años, a su presente como jovencísimo doctor ocho años después. Mireia estaba frente a una de las estanterías repletas de ejemplares propiedad exclusiva de la Sociedad del Zircón y Pierre en otra. Ambos estaban asignando lecturas al resto de miembros que les rodeaban, seleccionando los ejemplares que les parecía que podrían, con mayor probabilidad, contener algo de información relevante a los viajes en el tiempo. Jon decidió actuar por su cuenta y probar suerte en una estantería algo más pequeña y apartada, tenía un letrero que decía: Bibliografía histórica.

   —Pasa de esos, Jon —oyó gritar a Mireia desde la otra punta del archivo —. Son textos de historiadores, arqueólogos..., nada científico. Ven aquí y prueba con uno de estos.

   Pero los ojos de Jon se habían topado con un título que inevitablemente había captado su atención. Sin hacer caso de los gestos de Mireia, Jon posó su dedo índice y sobre el lomo de aquel enigmático libro, y leyó en voz alta: «Leyendas y ritos. El santuario del Tiempo». Sin pensárselo dos veces cogió el pesado tomo. Aquella era una edición muy antigua, así que la abrió con sumo cuidado, con miedo de que las páginas se desintegraran entre sus manos. Mireia ya estaba detrás de él e impaciente le tocó en hombro, o al menos lo más cerca del hombro que pudo llegar sin ponerse de puntillas.

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