Diecisiete.

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12 de octubre de 2018, Buenos Aires, Argentina


El vuelo se había hecho interminable. Largo, duro y pesado.

El avión aterriza en Buenos Aires a las doce de la noche, hora Argentina. Pero en España es más tarde, por lo que, después de un día entero de clase en la universidad y trece horas de vuelo aproximadamente, estoy absolutamente derrotada. Me siento completamente cansada y agotada. Mi cuerpo, pese a estar en Argentina, siente el cansancio del horario español. Bostezo cerrando los ojos mientras bajo del avión y tropiezo con el último escalón, aunque  afortunadamente no me caigo. A pesar de todo, me siento feliz y nerviosa, a partes iguales, de estar aquí.

Las ganas de volver a ver a Valentín son tan grandes que no me caben en el cuerpo. Sin embargo, sé que si estoy aquí no es exclusivamente motivo de alegría. Si estoy aquí es en parte porque mi relación con él pende de un hilo después de que su última canción saliera a la luz, con videoclip incluido. En el que, por cierto, las chicas que salían en él tenían rasgos parecidos a los míos. Bien era cierto que eran más altas que yo, pero tenían el pelo negro y sus facciones faciales me recordaban bastante a las mías. Por no comentar que incluso las habían maquillado para que su tono de piel fuera como el mío.

Sacudo la cabeza para deshacerme de esa idea. He venido hasta aquí en son de paz, para hablar con él, que resuelva mis dudas, hablemos pacíficamente y todo pueda volver a ser como antes. Porque detrás de todo el dolor que siento porque me dedicara una canción tan autodestructiva y le pusiera mi nombre, lo único que pretendo al final es que todo vuelva a estar bien entre nosotros.

Entro al aeropuerto y, al salir por la puerta de embarque, expiro como si fuera mi último aliento. En cuanto lo veo ahí parado, de pie frente a mí, a unos metros de distancia, mis ojos se llenan automáticamente de lágrimas.

Valentín se está mordiendo las uñas y en cuanto me ve, deja caer lentamente su brazo en el aire. Pese a la distancia, puedo notar cómo traga saliva y su pecho sube y baja con fuerza al respirar. Me muerdo el labio con fuerza para evitar un sollozo, pero es inútil.

Ambos empezamos a caminar en dirección del otro, yo arrastrando mi maleta conmigo, pero pronto empezamos a correr y en pocos segundos estamos uno frente al otro, respirando con agitación y nervios. Por un momento, no sé cómo reaccionar o cómo reaccionará él. Tampoco sé cómo saludarle, porque nuestra relación se encuentra en un punto bastante complicado. Darle dos besos sería muy extraño y me muero por abrazarlo. Como si nos leyéramos la mente el uno al otro, nos juntamos y nuestros labios se funden en un beso lento y tierno, que acaba convirtiéndose en el beso más apasionado que me han dado nunca y me corta la respiración. Sus brazos rodean fuertemente mi cuerpo y, en ese instante, diez mil cuatrocientos cincuenta y nueve kilómetros se convierten en cero. 


—Te extrañé tanto... —murmura mientras acaricia mi pelo por la nuca, mirando hacia abajo.

—Yo también. —asiento y cierro los ojos.


Durante unos espléndidos minutos, me olvido de todo. Me olvido de que estamos en un aeropuerto, que he abandonado mi maleta a mitad del camino mientras corría hacia él, que llevo demasiadas horas sin dormir y me duele cada músculo del cuerpo, que ha escrito una canción de desamor con mi nombre... Olvido todo y me permito disfrutar de su presencia. De su tacto, sus dedos haciendo magia en mi pelo, su mano subiendo y bajando por mi espalda, acariciándome, su frente apoyada en la mía, su respiración en mi cara, su olor filtrándose en mis fosas nasales. Durante unos espléndidos minutos, todo es mágico.


—Te extrañé tanto... —repite, incapaz de separarse ni un solo milímetro de mí, como si tuviera miedo a que fuera a desaparecer en cualquier momento— No te separes de mí de nuevo, por favor. —implora. Su voz transmite tanto dolor que me quema el pecho— Sos lo único que necesito en mi vida, Andrómeda. —mueve su mano de mi nuca a mi mejilla y me acuna el rostro. Todavía sin separar su cara de la mía, me mira desde arriba. Unos veinte centímetros por debajo de él, me siento extremadamente pequeña y débil, pero, contradictoriamente, me siento protegida entre sus brazos— Lo único. —remarca.

Andrómeda ~ WosWhere stories live. Discover now