Prólogo - (Antoine Devine, 1820)

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Escucho voces a mi alrededor, pero no son lo suficiente claras para deducir algo

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Escucho voces a mi alrededor, pero no son lo suficiente claras para deducir algo. Siento una mano sobre la mía y me resulta imposible moverla, aunque deseo hacerlo.

Lo único que soy capaz de recordar es el momento en que el semental que cabalgaba por una pendiente en bajada, tropezó con una rama, demasiado gruesa, y lo siguiente que logro recordar es mi cuerpo descendiendo en picada, lo demás es negrura y confusión.

– ¿Está seguro usted que pronto se recuperará? –alcanzo a reconocer esa voz provocadora de lady Farell, mi madrastra.

–Aún no tengo explicación lógica para usted milady, y, para su señoría, del por qué no ha despertado –escucho la voz de un médico, al parecer.

–Debe haber algo que sirva para que mi hijo despierte. –interviene mi padre, el conde de Filey, Donato Devine, o mejor conocido por todos, lord Filey.

Aunque su voz sonó firme y tranquila, la experiencia de los diecinueve años que tengo de vida, y conociendo a mi padre frente a decisiones del parlamento y demás, me dice que no demuestra lo que probablemente esté sintiendo realmente.

«Debo levantarme, debo moverme» pienso. Repito una y otra vez, envío señales a mi cabeza para que efectúe mis órdenes, pero fallo en el intento.

Vuelvo a probar, esta vez, las órdenes van dirigidas a cada parte de mi cuerpo, hasta que, con gran esfuerzo logro abrir los ojos por fin.

– ¡Hijo del padre, santísimo!

Me intento incorporar un poco, de pronto siento algo chocando contra mí y termina por desorientarme más, luego de un instante caigo en razón que lady Farell me atropelló con su pecho y me está abrazando, sollozando. Mis ojos van desde mi padre hasta el médico de pie enfrente de mí.

Lord Filey tiene el aspecto cansado a pesar que es un hombre apuesto para su edad, según las damas. No lo había visto en mi vida con un aspecto tan desdichado, salvo una vez: la muerte de mi madre.

Por extrañas razones mi madre, Marianne Rousse, falleció el año en el que cumplí la edad de siete años. Los momentos que guardo con ella, son los mejores de mi vida, incluso sirvieron para reconfortarme el resto de mis años y comportarme como un verdadero caballero, aun estando al frente de la dama más vulgar y despiadada, mejor conocida: lady Nélida Farell.

Ella entró en la vida de mi padre cinco años después del trágico acontecimiento. Para todos –mis hermanos y yo– es un misterio que a uno sea la única persona a quién no trate con ironía –como lo hace con mis hermanos– con hipocresía –como lo hace con mis hermanos– con frialdad –como lo hace con mis hermanos– con altivez –como... ¿ya dije con mis hermanos?

Para concluir, aquella dama solo se comporta bien delante de los miembros de la alta sociedad, con personas que le conviene, con mi padre y conmigo. Dios sabrá el por qué.

– ¿Qué sucede? –pregunto aturdido y apartándome de ella.

­ Ay, querido –lady Farell da un suspiro mientras me aprieta el rostro con ambas manos y me ve directo a los ojos– pensamos lo peor, pensamos que podrías estar muerto.

LO QUE NOS HICIERON CREER © [COMPLETA]Where stories live. Discover now