(Antoine Devine).

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Caminamos detrás de nuestro padre que con un simple gesto como ladear la cabeza nos indica que salgamos hacia el jardín

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Caminamos detrás de nuestro padre que con un simple gesto como ladear la cabeza nos indica que salgamos hacia el jardín. Una vez allí, nos adentramos en lo más profundo, donde estaba la fuente con la que me senté a pensar sobre mi futuro reencuentro con lady Banks un día atrás.

Él se cruza de brazos y nos mira con el ceño fruncido, lo que me provoca incomodidad y al parecer a mis hermanos también.

–Con qué creían que lady Farell me tenía hechizado y que yo le lamía su mano ¿no? señores –dice en tono gélido mientras levanta una ceja.

Mis hermanos me miran con cara de reproche a lo que respondo encogiéndome de hombros «Maldición»

–Sigo esperando sus respuestas –continua.

Amílcar palmea mi cabeza.

–Pelmazo –dice.

–Ejem –toce alto nuestro padre.

–Eso es lo que aparenta padre –aventura Amadeo– Lo siento, ya lo he dicho y no... no ponga esa cara, padre. Desde que Antoine se fue, parecía como si viviera y viera única y exclusivamente por medio de esa mujer.

–¿Qué podía hacer muchacho? Tú y Amílcar estaban lejos también, Antoine es el menor de ambos, mi preocupación era mayor por él, por lo menos hasta que pudiese solventarse por sí solo. Después de su partida, no me quedó más de qué preocuparme o acaso ¿querías que este viejo se quedara pensando solo toda su vida lo que iban haciendo por el mundo cada uno de ustedes? –levanta de nuevo la ceja mientras fulmina con la mirada a Amadeo.

Este se sonroja escandalizado, ¡Dios santo! Si parecemos niños de cinco años delante de nuestro padre.

–No son nadie para juzgarme, señores –continua– no se olviden quién es el lord aquí –dice apuntando con un dedo hacia abajo– no ha sido la única vez que he tenido a una mujer a mi lado y parezca o no, sé muy bien cuánto intenta manipularme. Pero jamás lo ha conseguido y no habrá una vez que lo haga, no ha gastado ni un solo penique de oro a no ser que se lo haya dado por mi propia voluntad. Las decisiones las he tomado yo, pretendo que la escucho, pero al final lo que yo haga es mí decisión. Entonces no, hijos míos, no tienen ningún derecho a decirme lo que aparento o no y mucho menos de desconfiar así de su viejo...

–Lo sentimos padre –dice Amílcar incapaz de encontrarse con su mirada y clavando sus ojos en el césped.

–Así es... –dice Amadeo imitando su gesto.

–Yo no he dicho...

Amílcar me golpea con su codo en las costillas, lo miro furioso.

–También yo, padre –suspiro y hago una breve reverencia en señal de respeto.

–Bien. –dice él– espero que este tema no vuelva a ser tocado en esta familia. Deben confiar en mí, sin importar que los demás me declaren loco ¿quedo claro?

LO QUE NOS HICIERON CREER © [COMPLETA]Where stories live. Discover now