Capítulo 2 - (Ágata Banks)

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«Puedo hacerlo» me repito constantemente

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«Puedo hacerlo» me repito constantemente.

Siempre que necesito pensar fríamente decido venir a este rincón del jardín, el hecho de desahogarme, aunque sea con la enredadera que tengo enfrente, es para mí el mayor consuelo ya que no cuento con personas reales a quién les pueda expresar sinceramente lo que pienso. En última instancia he aprendido a no hablar de más, a guardar ese ser que realmente soy si no quiero pagar las graves consecuencias de la mano del señor Hugh.

Hace unos minutos entré en pánico al ver desde el balcón que llegaron muchos invitados.

Llevo cinco años de mi vida encerrada, por un lado, por la tristeza y pérdida inmensa que me albergaba, por otro, por el miedo a que muchos descubrieran los moretones de los golpes que me había propiciado el canalla del señor Hugh, además de tener prohibido hablar y salir, sin que él supiera con quién y para donde. Todo eso, a través de los años, sumados a los escándalos que me hacía por nada, fueron alejando uno a uno a las personas de confianza que tenía, las únicas que me quedaban. Por lo menos me deja ver a mis padres, si me hubiera prohibido las visitas de mi madre, ya no habría historia que contar.

Ella sabe toda la verdad, pero no puede haber mucho pues mi padre es igual de canalla. Él nunca se esmeró siquiera en demostrarme que me amaba o por lo menos aparentarlo, solo fue un hombre que se dedicaba a derrochar el dinero en juegos, bebidas y mujeres, aun teniendo esposa. La única diferencia de él y mi esposo, es que por lo menos este último sabe cómo invertir su dinero para multiplicarlo y aparta cierto porcentaje solo para pagarse sus placeres.

Volviendo a mi realidad, soy consciente de que se acerca la hora de presentarme de nuevo frente a la sociedad y pánico o no, tengo que hacerle frente a la situación. Tomo un suspiro, me armo de valor y retrocedo.

En eso, tropiezo con algo y en lo menos esperado caigo encima de un cuerpo, mi falda se sube revelando mis piernas y a su vez mis enaguas.

–¡Santo Dios! –doy media vuelta y trato de levantarme lo más pronto posible, me pongo de pie y sacudo la tierra de mi vestido– Tendrá que disculparme usted, no fue mi intención...

Poso mi mirada en la persona y cuando lo hago, quedo paralizada por un segundo, empiezo a gritar.

Él se levanta y se acerca, tapa mi boca y me acorrala poniéndome entre él y la enredadera.

–Tranquilícese –dice con sus ojos puestos en mí.

«¡Dios mío!» pienso y grito a la vez.

–¡Antoine! –grito debajo de su mano.

Las lágrimas se empiezan a derramar por mi rostro, no puedo con la emoción y la confusión. Se supone que él estaba muerto... ¡muerto! ¿cómo era posible que estuviera ahí?

Le toco el rostro y los brazos con las manos, necesito asegurarme que no es uno de los tantos espejismos que he tenido, sintiendo un gran alivio en mi corazón al saber que es real, estoy anonadada con él, veo con gran detalle que su rostro ha madurado, sus ojos grises me miran con frialdad, su mandíbula es ahora más prominente haciéndolo más guapo y varonil que antes, sus brazos y su pecho han adquirido buen definición, ahora parece un guerrero dentro de un traje elegante, su altura es predominante, lo que me obliga a levantar la vista para verlo mejor, no puedo creerlo, rompo en llanto.

LO QUE NOS HICIERON CREER © [COMPLETA]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant