Capítulo 30 - Keagan

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Canción en multimedia: Black Magic [DDRey ft. Scarlett Rose]

Capítulo treinta: Keagan

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Capítulo treinta: Keagan

Miércoles, 21 de noviembre

Danielle Ilsen:

Pocas veces he visto el supermercado tan lleno, pero, teniendo en cuenta que mañana es Acción de Gracias, no me sorprende. Mamá lleva desde la semana pasada con los ingredientes para la tarta de manzana que prepara cada año. Eso y una botella de vino que encargan para llevar a casa de nuestros abuelos. Esta vez no me atrevo a hacer ningún comentario gracioso sobre toda la gente que haya aquí. En lugar de hablar, meto en el carro y tacho de la lista lo que mamá me va diciendo. Fuera de eso, no me dirige la palabra y sé muy bien por qué.

Hemos discutido.

Después de volver de clases he tenido que decirle que mañana no podría ir con ellos a visitar a los abuelos. Que no tomaría el avión con ellos y me quedaría, como siempre, ha pasar el fin de semana en Detroit. Teniendo en cuenta que a nuestros abuelos maternos, a ellos, les vemos poco más de una vez al año porque la distancia es grande y, queramos o no, cada quien tiene su vida ahora, a ella no le ha sentado nada bien. He mentido, he hablado de un examen el lunes para el que tengo mucho que estudiar y que quiero quedarme en casa para poder hacerlo. Mamá me ha dicho, lógicamente, que me lleve los libros a Detroit, pero me he negado. ¿Qué más podía hacer?

Me han contactado, mañana tendré que responder ante mi intermediario, el hombre del sombrero, y no podré hacerlo si estoy viajando. Tengo que estar aquí y sé que fingir estar enferma no conseguiría nada, o bien me arrastran con ellos o alguien se quedará conmigo para asegurarse de que esté bien. Así, al menos, ellos irán. Mamá está realmente cabreada conmigo esta vez, peor todavía, está decepcionada, pero he tenido que levantar la voz y tener una pataleta propia de Tim para convencerle de que iba a quedarme aquí.

Lo he hecho incluso cuando el vuelo lo teníamos comprado desde hace meses y ahora mi asiento va a quedar vacío, demasiado tarde como para un reembolso.

Me llamó egoísta. A sus ojos debo de ser la adolescente más egoísta del mundo después de eso. El problema es que no he tenido otra opción y, cuando me he ofrecido a ir con ella al supermercado al saber que tenía que ir a hacer compras, como suelo hacer para contarnos cosas, hablar y, bueno, ayudarla con todo, esta vez ella ni siquiera me ha dirigido la mirada. O la palabra.

—¿Qué más? —pregunto.

Claro que mamá sigue arrastrando el carro, fingiendo que los estantes son más interesantes que yo. Me muerdo el labio, saco la lista del carro y memorizo tres cosas más.

—Voy a por los cereales, mantequilla y huevos —aviso.

No me mira. No me responde.

La he fastidiado fuerte esta vez. He decepcionado a mi madre y, peor, le he levantado la voz porque no dejaba de decirme que había otras formas. Yo tenía que quedarme, tengo que estar aquí mañana, y ellos tienen que ver a nuestros abuelos. Puede que hayan habido decenas de opciones mejores que las de mencionar un falso examen y decir que sólo puedo estudiar cómodamente aquí porque allí me distraería con todo, pero no las he encontrado a tiempo. No me gusta mentir, pero, aunque lo del examen es cierto, sé que podría haber estudiado perfectamente en Detroit. Podría haber sacado algo de tiempo para que mi abuela me contase cómo fue su competición este año o cómo planea ganar la siguiente para que su jardín sea nombrado el mejor del vecindario. Trataría de animar a mi abuelo que, aunque nunca ha sido una persona de muchas palabras, siempre consigo que sonría cuando le llevo, en su silla de ruedas, a dar un paseo por las calles mientras le cuento cosas sobre mi vida.

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