Capítulo 12: Acogedor

1K 108 95
                                    

—Bueno hermanita, hoy vendrá mamá —me advirtió mi hermano entrando en mi habitación sin previo aviso—. Así que prepárate, que le tienes que hablar de tu novio.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté desde mi escritorio, ya que estaba viendo algunos vídeos en Youtube.

—Tenemos que saber con quién estás saliendo, que todavía eres una niña.

—Tengo quince años y el año que viene cumplo dieciséis. No soy una niña.

—En los ojos de la ley sí.

No pude evitar reír ante su comentario. Le vi sonreír y, al acabar de molestarme, se fue a la cocina. Parecía que íbamos a hablar más de lo normal, ya que las vacaciones de invierno habían llegado. Por fin podía descansar y dormir toda la mañana. Aunque tenía que hacer los deberes que nos habían mandado, pero primero tenía que pasármelo bien: mis vacaciones se iban a resumir en quedarme encerrada en mi habitación, como siempre.

Como ambos estábamos de vacaciones, podíamos comer juntos a la misma hora. Ya no podía hacer mis rutinas diarias de comer lo mínimo y beber solo agua, no, ahora tenía que comer carne que me preparaba mi hermano y otros platos que le gustaba cocinar.

—Hoy he hecho arroz chaufa.

—¿Qué es eso? —pregunté mientras me sentaba en la silla del comedor, esperando a que trajera la comida.

—Es un plato peruano que vi en internet. Tenía buena pinta así que lo he cocinado y seguro que te gusta.

Mi hermano acabó de poner la mesa y esperó a que probara su plato. Seguro que quería saber si tenía buen sabor o no. No era muy fan del arroz, pues había dejado de comerlo hacía meses porque engordaba. Pero si no lo comía, mi hermano podría sospechar algo. Tampoco podía decir que me sentía mal, porque momentos antes estaba bromeando con él.

En verdad solo estaba poniendo excusas para poder comerlo. Y lo hice. Se sintió demasiado bien; ese plato no se podía comparar con mis ensaladas diarias. Por una vez en mucho tiempo estaba saboreando la comida. Cuando comía sin parar no me fijaba ni en el sabor, por los nervios y el estrés. Pero en ese momento parecía que estaba en el cielo.

Pero fue solo un bocado, solo uno, porque luego me arrepentí mucho de haberlo hecho. Todo mi esfuerzo, el ejercicio y la dieta, se habían echado a perder.

—¿Sabe bien? —preguntó mi hermano con una sonrisa.

—Sabe genial. —dije, obligándome a tomar otro bocado más.

Ahora fueron dos bocados. Ese arroz tenía partes de salchicha y tortillas en él, así que también tenía que contar esas calorías. Me estaba sintiendo mal, mi cabeza empezaba a dar vueltas dándome ideas para poder escapar de esa comida con mi hermano. Mi corazón se sintió pesado...

—Alice, ¿estás bien? Parece que te vaya a dar algo.

Y esa era mi oportunidad.

—Me siento un poco mal... Voy a dormir un rato. —me levanté de la mesa y llevé el plato a la cocina.

A mi hermano no le quedó otra que asentir y continuar comiendo.

Me sentía fatal. Mi hermano había hecho ese plato con todo el amor del mundo y yo no lo estaba comiendo. Iba a tirar la comida, pero no podía hacerlo. Porque esa comida la compró mi hermano con el dinero de mi madre, que no estaba en casa porque estaba trabajando para darnos todo lo que tenemos.

Me sentí fatal y empecé a comer el plato. No podía seguir así. Necesitaba ayuda, la que fuera... Pero no sabía cómo hacerlo. No sabía cómo pedir ayuda. Así que después de comer el plato, lo lavé y me encerré en mi habitación. Me quedé allí, llorando por lo que había hecho. Quería cambiar, pero sentía que era muy tarde para hacerlo. Solo quería ver a Popee para que me abrazara y me dijera que todo estaría bien. Es por eso que lo llamé y le pedí quedar. Él me invitó a su casa, ya que en la calle hacía frío.

Informé a mi hermano que iba a salir con mi novio un momento, pero me bloqueó el paso.

—Alice, antes has dicho que te sentías mal, y ahora vas a casa de tu novio como si nada. ¿Segura que estás bien?

—Ya me he comido mi plato e iba a quedar igualmente con él hoy.

Se quedó en silencio. No parecía fiarse de mis palabras, pero me dejó ir. En la calle hacía frío, bastante frío comparado con otros años. Esperé en el parque para que el chofer de Popee viniera a recogerme. Iba a ir en bus pero él insistió en mandar a su chofer. Al entrar en el coche, me acordé que era rico. No sabía cómo pero era rico, y tenía curiosidad de saber cómo consiguió tanto dinero su familia. Cuando llegué a su casa fui recibida con una pequeña sonrisa de mi novio. Esta vez, en lugar de ir al salón, fuimos a su habitación. Estaba nerviosa, pues sabía lo que hacían las parejas cuando estaban en una habitación solos, pero no quería hacerlo. No tenía las fuerzas ni las ganas de hacer esas cosas.

—Siéntate donde quieras. —Dijo sentándose en su cama.

Me senté a su lado y nos quedamos en silencio. Era un silencio incómodo, pues parecía que cada uno tenía intenciones diferentes en ese momento, o eso parecía.

—¿De qué querías hablar? —me preguntó rompiendo el silencio.

—De nada en verdad. Solo quería verte.

—Siempre quieres verme cuando algo malo te ha pasado... —se calló por unos segundos y se puso un poco tenso— ¿Qué te ha pasado?

—Yo... Uh... —no sabía qué decir. Quería contárselo todo, pero no teníamos suficiente confianza como para hacerlo. Hacía un mes que estábamos juntos, pero nuestra relación no avanzaba.

—Me has escrito a la hora de comer... ¿Tiene algo que ver con la comida?

—Pues... Sí. —dije casi en un susurro.

—Ya veo. ¿Qué ha pasado?

Tragué saliva y me aguante las ganas de llorar. Jamás había hablado con alguien de mis inseguridades o mis problemas, y mucho menos con alguien que me importara tanto como Popee.

—Hoy mi hermano ha preparado la comida, era un plato nuevo, y me gustó mucho.

—¿Y cuál es el problema?

Yo.

—No sé. No... No suelo comer mucho, y tomé un bocado y se sentía bien- —sorbí mis mocos que empezaban a salir, al contrario que las lágrimas, que todavía no se habían escapado— Pero en el segundo bocado me.... Me sentí muy mal.

Después de decir eso rompí a llorar. Sabía que Popee no entendía mi dolor, pero igualmente me abrazó. Me dejó llorar en sus brazos, mientras me quejaba por cosas tan triviales como la comida.

—No tienes porqué sentirte mal, es algo natural sentirte bien al comer. Nadie te va a juzgar por hacerlo, sabes.

—Ya lo sé, pero a nadie le gusta la gente gorda. —dije entre sollozos, esperando que supiera de lo que estaba hablando.

No me atrevía a decirle que no comía para estar delgada, así que solo decía indirectas con la esperanza que entendiera lo que estaba pasando.

—Cariño, no digas esas cosas. Mira, incluso si estuvieras gorda, que no lo estás, te seguiría queriendo como lo hago ahora.

Creo que fue en ese momento en que todo cambió. Nunca nadie me había dicho eso, y cuando lo dijo, sentí que era todo lo que necesitaba oír. Todo el mundo siempre elogia por el nivel de delgadez, pero nadie te dice que te van a amar aún si estás gordo o muy delgado. Esos últimos años todo el mundo había amado la versión delgada de mí, pero antes no era así. Antes era una niña gorda que adelgazó y se obsesionó con su cuerpo. Quizás fue porque esas palabras sentí que en lugar de decírmelas a mí, se las dijo a mí yo de pequeña. Y necesitaba escuchar eso. Para otros eso no significa nada, pero para mí significó mi vida.

The cute boy |Popee the performer x Reader|Where stories live. Discover now