20: Ojoloco

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En ese momento había olvidado completamente de lo que estaban hablando, algo sobre elfos domésticos, o sobre Peeves , solo escuchaba sus voces de fondo, mientras no dejaba de ver a mi perfecta abuela. Angelique estaba sentada al lado de Snape y hablaba cortésmente con Dumbledore, para ser una anciana y fea, bueno...no era una anciana y no era para nada fea, en realidad debía tener unos 60 años, y sus arrugas no se miraban de una manera que la hacían ver fea o anciana si no elegante y de alguna forma hermosa, su cabello rubio platinado en un moño, y desprendía elegancia, una pena que su interior no fuera tan bonito.

—¡Los elfos domésticos no quieren bajas por enfermedad ni pensiones!

Hermione miró su plato, que estaba casi intacto, puso encima el tenedor y el cuchillo y lo apartó de ella.

—«Vabos, He'mione» —dijo Ron, rociando sin querer a Harry con trocitos de budín de Yorkshire—. «Va'a», lo siento, «Adry». —Tragó—. ¡Porque te mueras de hambre no vas a conseguir que tengan bajas por enfermedad!

—Esclavitud —dijo Hermione, respirando con dificultad—. Así es como se hizo esta cena: mediante la esclavitud.

Y se negó a probar otro bocado.

—Creen que ella sepa de mi Legeremancia?—les pregunté en un pequeño susurró.

—¿A que te refieres?—pregunto Hermione.

—Estoy tratando de ver su mente, emociones, pensamientos y...nada, es como tratar de hablar con una pared.

La lluvia seguía golpeando con fuerza contra los altos y oscuros ventanales. Otro trueno hizo vibrar los cristales, y el techo que reproducía la tormenta del cielo brilló justo en el momento en que los restos del plato principal se desvanecieron y fueron reemplazados, en un abrir y cerrar de ojos, por los postres.

—¡Tarta de melaza, Hermione! —dijo Ron, dándosela a oler—. ¡Bollo de pasas, mira! ¡Y pastel de chocolate!

—Tienes que comer—me habló Harry.
Me negué, y él suspiró, antes de sonreír.

—Laila Scamander come  si no quieres que te meta la tarta a la fuerza—hizo una pausa—. Y créeme que lo haré.

No pude evitar sonreír con nostalgia recordando cuando nos volvimos amigos, estábamos en primer año, y Harry había estado muy nervioso para ya primer partido y no quería desayunar.

«—Harry Potter, come—le ordene mientras en su plato le ponía salchichas, tostadas y huevos.

—No quiero, Laila—dijo rechazando.

—Muy bien, Harry Potter come el desayuno si no quieres que te meta la tostada a la fuerza—hice una pausa—. Y créeme que lo haré.»

Una vez terminados los postres y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llenaba el Gran Comedor se apagó al instante, y sólo se oyó el silbido del viento y la lluvia
golpeando contra los ventanales.

—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriendo a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos —Hermione lanzó un gruñido—, debo una vez más rogar vuestra atención mientras les comunico algunas noticias:
»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que os comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.
La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:
—Como cada año, quiero recordarles que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.
»Es también mi doloroso deber informarles de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.
—¿Qué? —dijo Harry sin aliento. Quede tan impresionado como él, pobres los chicos de último año que querían jugar una última vez y ganar la copa.

Laila Scamander y El Torneo De Los Tres MagosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora