S| ❝WE ARE JUST STRANGERS
FOR YOU, WHY ARE YOU
HELPING US?❞
En donde Alanna se topa con un Alfa que tiene problemas para convertirse, con una cazadora que la persigue su tía muerta y con un chico hiperactivo que está poseído por un e...
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—Gracias por el golpe —dijo Stiles una vez que puse un pie dentro de la clase de Historia. Hice una mueca cuando mis ojos dieron con la compresa de hielo que sujetaba contra su cabeza con una mano, mientras que Scott a lo lejos tenía una expresión burlona, justo antes de volver a prestar atención a lo que unas chicas le mostraban en una tablet.
—Ya te dije que lo siento —argumenté rodando mis ojos y adentrándome más al lugar para dejar mi bolso en un sitio vacío.
—Y eso no es lo peor —siguió diciendo sin apartar el objeto, con mi atención en él—. Ni siquiera pude ver la película —añadió. No tardé en deducir que se estaba refiriendo al disco que tenía en el supermercado cuando lo golpeé con el carrito de compras.
—Adivino, era Star Wars —habló Helena a mis espaldas, sumándose a la conversación—. No sé de qué te quejas, ya has visto esa basura miles de veces —frunció su ceño, poniéndose a mi lado con una mano sujetando la correa de su mochila.
—¡No es una basura! —reclamó el castaño con indignación.
—Bueno... —vacilé un poco, apoyando a Helena. Stiles me lanzó una mirada furtiva.
Si mi memoria no fallaba, la primera y única vez que llegué a ver una película de Star Wars fue gracias a una antigua amiga que también era fanática de la saga. Creo que está de más decir que me aburrí a la mitad de la película, y que cuando terminó y por fin pude levantar mi trasero del sofá, sentí un enorme alivio.
—¿Qué le ves de interesante? Son sólo unas personas con rayos láser fingiendo que son espadas.
—Son sables de luz —la corrigió el chico—. Y tu opinión no es válida aquí; te quedaste dormida a los treinta minutos. Ni siquiera terminaste la primera película.
—Me quedé dormida por lo aburrida que era —puso sus ojos en blanco. Stiles estaba por responder, hasta que su mejor amigo se acercó a nosotros, con la compañía de las dos chicas.
—Me encantan tus zapatos —comentó hacia mi dirección una de ellas, con cabello pelirrojo –o mas bien, rubio fresa–, y ojos verdes. Agradecí su cumplido.
—Oh, no, aquí viene. Corre antes de que te arrastre a todas las tiendas de ropa de Beacon Hills.
—Ya dejé éso —la ojiverde se defendió ante lo que había dicho la latina—. Aunque no me vendría mal un día de compras.
