𝗽𝗿𝗼𝗹𝗼𝗴𝘂𝗲

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Dhejah Ernark no iba a abrir los ojos, aunque sentía la mirada de su Padawan Brandar Eross sobre ella. Uno frente al otro en los sillones de aquella sala del Templo Jedi, debían mantener el silencio. Se suponía que estaban en el medio de un ejercicio de meditación, pero estaba claro que el aprendiz se estaba centrando en otra cosa que no era la Fuerza.

—Maestra.

Dhejah emitió un sonido de molestia mientras fruncía el ceño. Se intentó concentrar en la basta galaxia ante ella, su mente abierta ante cualquier posibilidad. La Fuerza lo llenaba todo, y Dhejah necesitaba que aquello fuera suficiente.

—Deberíamos de volver —le dijo Brandar.

No podían volver.

Brandar estaba dolido desde su última misión: la Compañía Tormenta había llevado suministros a un planeta en el Borde Exterior. El sistema estaba completamente diezmado por las sequías impertérritas, y sus habitantes se morían de hambre cada día, sin tregua. Brandar había insistido en quedarse para ayudarles, y aunque a Dhejah le hubiera encantado hacerlo, el Consejo Jedi les había pedido que regresaran a Coruscant de inmediato.

Estaban en guerra. Formaban parte de un ejército.

El chico no se había tomado bien el dejar las cajas y a los granjeros allí, muriéndose por las enfermedades y la falta de alimento, y cuando había intentado convencer al jefe de la tribu de que solicitara ayuda al Consejo, el hombre le dijo que sus costumbres no les permitían aceptar más que los suministros que habían traído.

Brandar no lo entendía.

Y aquello le enfurecía profundamente. La furia, como el hambre, raramente daba tregua a sus víctimas.

—No podemos —dijo Dhejah sin abrir los ojos.

—Pero estoy seguro de que aceptarían nuestra ayuda si el Consejo se la ofreciera directamente. Si hablases con el Maestro Yoda...

Dhejah podía oír la pena en su voz. Demasiada para un Jedi.

Ella abrió los ojos, por fin, y observó a su aprendiz con gravedad y cariño a partes iguales.

—Oíste al jefe: su tradición es muy estricta y específica. No aceptarán nada más de nosotros, Bran.

Brandar bajó los ojos verdes y se pasó una mano por el pelo rubio. Se mordió el labio y habló con molestia:

—Son unos cobardes... —murmuró—. Les temen más a sus dioses que a la muerte.

Dhejah volvió a cerrar los ojos. Sentía la galaxia moverse en su curso. O quizás era la frustración de su aprendiz. Estaba muy desconcentrada, y no estaba segura de cuál de las dos era más potente.

—Hace falta coraje para ser fiel a unos principios, joven Padawan.

Brandar no dijo nada durante un minuto.

—¿Lo dices porque tú no eres fiel a algunos?

Con un suspiro, Ernark volvió a mirar al niño. No lo había dicho con maldad, sino con la curiosidad propia de la juventud. Se pasó una mano por el pelo moreno, la conexión de la meditación rota de forma definitiva.

—Lo digo porque es difícil ser fiel a algo cuando también entiendes por qué otros hacen lo contrario, Brandar.

Se miraron durante un segundo. Dhejah aún recordaba cuando le había encontrado en los niveles bajos de Coruscant, vendiendo fruta en un tenderete y con los ojos brillantes y despiertos, verdes como la primavera. La Fuerza en él era abundante, pero tenía mucho que aprender.

El niño cerró los ojos, y Dhejah le imitó.

La galaxia, infinita ante ella. Eso es lo que quería sentir: la Fuerza a su alrededor, las posibilidades, todas las opciones.

Sólo por si acaso, se dijo.

—Cuando sea un Jedi —dijo Brandar en un breve murmuro—, espero ser tan valiente como tú, Maestra Dhejah.

BLAME ━ Obi-Wan KenobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora