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El nuevo droide astromecánico de Dhejah, una unidad R4 de color blanco, gris y negro, pintado expresamente por alguno de los chicos de la 335, le avisó de que entraban a la superficie. A la Jedi le gustaba su cabeza geométrica, aunque echaba algo de menos a R3, con quien había convivido durante mucho tiempo. No había habido forma de salvar nada de aquel astromecánico, ni siquiera una de sus células de memoria: le habían frito a tiros durante la emboscada.

La Jedi asintió, inclinando su pequeña nave, un Delta-7, para esquivar las partes más moviditas del aire superior. Djinn Altis la había citado en un mundo completamente vacío, sin habitantes de biología avanzada de ningún tipo. Ernark nunca había oído hablar de aquel planeta, algo que no la sorprendía: estaba en el Borde Exterior, justo en la frontera con el Espacio Salvaje e inexplorado. Supuso que, allí, tan lejos de Coruscant, nadie se enteraría de que estaba a punto de reunirse con una persona que defendía valores contrarios a los de la Orden.

Mirando los escáneres, unos pitidos del droide la hicieron sonreír.

—Lo sé, R4, aquí hace frío —respondió Dhejah—. Pero no te preocupes, nos encontraremos en una cueva.

El astromecánico no mentía. Cuando salieron de las nubes, todo lo que pudo ver la mujer era nieve y hielo, blancura impoluta ante sus ojos. Siguiendo las coordenadas que le había mandado Altis, Dhejah dirigió su nave hacia una alta cordillera, dejando que R4 encontrara un lugar adecuado para detener la nave y aterrizar. Cuando lo hizo, la Jedi saltó fuera, subiéndose la capucha del grueso abrigo de inmediato. El astromecánico utilizó sus propulsores para salir de la nave también, siguiendo a la Jedi cuando ella comenzó a caminar entre la nieve hacia la entrada de una pequeña cueva.

Debía de ser allí, se dijo.

Había pensado que Djinn Altis podría ser una buena opción a la hora de plantearle a alguien sus preguntas. Era un Maestro Jedi que había formado su propio grupo independiente. Aunque era un Jedi, fiel al lado luminoso y a la República, y había sido entrenado en el Templo, ya no seguía al Consejo de Coruscant. Altis viajaba por el Borde Exterior, dándole ayuda a planetas necesitados durante los tiempos de guerra. El Maestro defendía que no había una edad precisa para convertirse en Jedi, que los Maestros podían tener más que un Padawan, y, a su vez, que el afecto no llevaba al lado oscuro.

Aquella prometía ser una conversación interesante.

Se ayudó de su espada láser cuando la oscuridad la envolvió, pero no tuvo que andar mucho más para encontrarse con el hombre al que buscaba. Altis estaba sentado sobre una piedra, con una lámpara de aceite a su lado, encendida, y unas cuantas capas alrededor de los hombros para salvaguardarse del frío. La mujer no podría haber adivinado cuánto tiempo llevaba esperando, pero parecía paciente y completamente despreocupado.

Dhejah apagó su espada láser cuando sus ojos se encontraron. El hombre era mayor, con el pelo encanecido, pero tenía una mirada amable y llena de sabiduría. Se levantó cuando ella se acercó, y, sin miramientos, se dieron la mano y se la estrecharon el uno al otro. R4 pitó, contento, y se aproximó a la lámpara para colocarse frente a ella.

BLAME ━ Obi-Wan KenobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora