Capítulo 1. Coliflor

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21 de marzo de 2020

6º día de cuarentena

- Bueno, gente, yo ya voy a ir despidiéndome porque es la hora de comer. Espero que el directo os haya entretenido algo, por lo menos a mí me ha servido para desconectar un rato...

Conforme va hablando a la cámara de su móvil, Natalia entra en la cocina y se dirige a la nevera, que abre en busca de algo para cocinar.

- Estoy viendo que este directo me va a servir también para despedirme de vosotros y deciros que me ha encantado conoceros... ¿que por qué digo esto?, pues os voy a enseñar mi nevera, que da bastante pena, la verdad.

Poco a poco va enseñando el contenido del frigorífico que parece contener lo justo para aguantar un par de días.

- No sé cómo voy a sobrevivir al fin de semana, os lo juro, esto es todo lo que tengo en la nevera: un par de manzanas... una naranja... dos kilos de tomates... este trozo de salchichón que lleva aquí desde que me mudé al piso... también tengo esto, una coliflor, creo que me la voy a comer yo, porque la pilló mi compañero de piso y luego se fue a casa y me dejó aquí en la estacada... ni siquiera sé cómo se cocina esta cosa... ¿sabéis si la coliflor se puede comer cruda?

En fin, menos mal que el finde pasado pude ir al supermercado y tengo como seis kilos de patatas... no sé cómo pensé que podría sobrevivir a base de patata cocida... Bueno, os dejo ya, nos vemos pronto... ¡un besito!

Tras cortar aquella retransmisión en directo, la morena se vuelve a plantar delante del frigorífico y, llevada por la desgana más absoluta, saca un zumo y se tumba en el sofá a cotillear tonterías en el móvil. Revisa los WhatsApp, los mensajes de Twitter, contesta a alguno de los comentarios en los que se la menciona y decide volver a Instragram.

"Dios... no sé si me va a matar antes el hambre o el aburrimiento", dice en voz alta, al fin y al cabo, nadie podía escucharla hablando sola.

Aunque su madre le había pedido que regresase a casa, previendo que se pudiera dar aquel confinamiento, ella había decidido jugar su carta de "mujer adulta e independiente" y, haciéndose la fuerte, se había quedado en Madrid. Aquella decisión, un poco llevada por la curiosidad de conocerse algo más a sí misma y un mucho por demostrarle a su familia que ya no era la cría que se metía en líos, ahora se repite una y otra vez en su cabeza.

"Me podría haber metido la lengua en el culo y ahora estaría comiéndome una tortilla de papas de mi madre", se lamenta, golpeándose la frente, "para una vez que me da por ser orgullosa, y mira cómo me sale".

Llevaba unos meses viviendo en Madrid, para ser más exactos, nueve meses y tres semanas. Se había mudado allí con un amigo suyo al que conocía desde el instituto, lugar en el cual, el ser "raritos" les había llevado a establecer un vínculo casi indivisible.

"Indivisible hasta que llega una pandemia, entonces al capullo le han faltado pies para volver a Pamplona con sus padres", se lamenta la navarra, "tendría que haberle preguntado qué solía hacer en crisis sanitarias mundiales cuando nos conocimos..."

Aunque siempre estaban peleando, era indiscutible el amor que Álvaro sentía por ella, incluso sin tener nada que hacer en Madrid, no había dudado en hacer las maletas y mudarse con su amiga. Era como el típico amor de las pelis, ese en el que una chica, medianamente mona pero luchadora, a la par que agradable, tiene una estrecha relación con su mejor amigo gay. Álvaro era su media naranja platónica, si es que eso existía.

Habían entrado juntos en la adolescencia, juntos habían luchado contra las adversidades que ésta provocaba y gracias a eso habían descubierto una vía de escape común: la música. Al principio todo había empezado como un juego, aprender cuatro acordes con una guitarra vieja que siempre había estado en casa de los Lacunza para poder acompañarse y hacer alguna cancioncilla quejándose de las asignaturas del instituto y poco más.

Confitadas | AlbaliaWhere stories live. Discover now