Capítulo 1

72.6K 4.9K 773
                                    

Andrés

—¿Cuánto falta?— hacía rato que esa pregunta salía de los labios de Adrián y ya comenzaba a frustrar a Alejandro, siempre se me hizo divertido ver lo rápido que pierde la paciencia. El gran lobo no podía soportar no poder controlar todo a su alrededor, y Adrián no es una persona controlable.

Desde cachorro que los veía tener esas pequeñas peleas que podían terminar en grandes problemas. Comúnmente, yo los separaba; alguien debía encargarse de que no se maten. Sin embargo, no me encontraba de humor, el viaje se había hecho más largo de lo esperado y se nos había complicado para pasar por el territorio de los pumas del Sur. Detestaba a los pumas, los felinos eran insoportables.

—¿No te callas nunca?— le pregunta Alejandro dejando en claro cómo estaba sintiéndose con todo esto. Él era el que llevaba el volante, por lo que no era una buena idea fastidiarlo demasiado. No vaya a ser que decida matarnos a todos antes de poder llegar al destino.

—Es que me aburro— respondió el menor.

—En la vida no siempre hay que divertirse, Adrián— dijo entre dientes.

—Ya estamos por llegar, inútil, así que deja de preguntar— corté el tema de tajo.

A veces dudaba de si realmente yo era el menor de los tres. Alejandro era demasiado maduro y dominante, no existía duda de que él había nacido primero, era el líder en todos los ambitos. Por otro lado, Adrián era el más sensible, un artista de corazón, según él. Yo me encargaba de mantener la paz entre todos, el que se encargaba de hacernos a todos presentables y unidos.

Nuestra cercanía era cuestionada por muchos. Desde cachorros que desarrollamos ese sentimiento de unidad, un lazo inquebrantable. Nuestros padres habían comenzado a preocuparse de eso cuando notaron que con el pasar de los años no cambiaba. Al final, se rindieron en intentar separarnos.

Cuando cumplí la mayoría de edad, decidimos salir en busca de nuestras parejas. A la manada no le pareció aceptable, todos los cambiaformas portaban consigo esa necesidad de encontrar a su alma gemela, pero también tenían la necesidad de vivir con su manada, sobretodo los lobos, seres sociables por naturaleza. Se dice que el destino va a dejarte con tu pareja destinada sin que lo esperaras. Nosotros creíamos que el buscarla era la mejor decisión.

Así que desde entonces nos movemos de manada en manada. Tratábamos de seguir a nuestro instinto, él debería de indicarnos a dónde ir para encontrarlas. Hace tres años que estábamos haciendo esta locura, no habíamos tenido ningún resultado. Tal parecía que la gente tenía razón, cuanto más la busques, más lejos va a estar.

Hacía unas semanas a Aleajandro le había llegado una oferta de trabajo importante y no ha podido rechazarla. Nos dijo que no era necesario que lo acompañáramos, que podíamos seguir con la búsqueda. Para su mala suerte, pensábamos seguir en esto juntos. Todos para uno y uno para todos.

El pueblo en el que posiblemente nos quedáramos por una larga temporada era singular. Estaba principalmente conformado por exiliados, personas sin manada y, en la mayoría de los casos, sin familia. No era común que muchas especies convivieran juntas. Nunca habíamos considerado vivir en un lugar así porque los exiliados no eran bien vistos. Muchos fueron exiliados de sus manadas por atrocidades o por meterse con la pareja de alguien que no debían. Pocos eran los que dejaban su manada atrás porque así lo querían.

Pero eso no nos había detenido de hacer el viaje en camioneta hacia lo desconocido. Apreciábamos las posibilidades que el trabajo de Alejandro podía darnos. Adrián vendía obras de arte que él mismo pintaba, sin embargo, eso no era algo permanente o estable. Yo me dedicaba a lo que hubiera, lo mío no eran los negocios como en el caso de Alejandro, ni tampoco el arte como en el caso de Adrián, yo hacía lo que se podía en el momento. Si lo único que había era ser mesero, yo era mesero; si tenía que trabajar de mensajero, era mensajero; si había que hacer de asistente, ahí estaba yo. Todo lo que trajerá dinero para sobrevivir servía.

La camioneta se detuvo frente a una gran casa. La empresa de Alejandro nos había recomendado para que tuviéramos un lugar donde quedarnos. No había sido gratis, pero era un precio accesible. Además de que ya estaba amueblada, así que no teníamos que comprar muebles.

—¿Ya llegamos?— preguntó, otra vez, Adrián, pero esa vez sonaba mucho más esperanzado que las anteriores.

—Sí— le respondió Alejandro, suspirando del cansancio.

El viaje había sido largo, pero ese era solo el comienzo el día, el sol estaba saliendo el oriente y la mudanza no iba a hacerse sola.

Me bajé del auto esperando sentir la diferencía de temperatura, pero me encontré con un sentimiento que era casi doloroso. Era como si una soga tirara de mi cuello e intentara ahogarme, como si la soledad hubiera tomado control de mi mente. Esta pueblo no traía nada bueno.

—Sienten eso— les pregunté frunciendo el ceño.

—Sí— respondió Adrián confundido.

Algo había en ese lugar.

—¿Creen que sean ellas?— la esperanza se oía en su voz. Me sentí mal teniendo que traerlo de vuelta al mundo real.

—No lo creo, no se siente así, es como si algo no estuviera bien.

—Dejen de crearse ideas locas, tenemos que hacer la mudanza— Alejandro cortó con rapidez todo pensamientos que tuviéramos.

Pero era inevitable no sentirlo.

Algo estaba por pasar.

¿Qué les parece? ¿Qué opinan de los hermanos? Personalmente no tengo favoritos porque me sería imposible elegir uno entre mis pequeños, pero ¿algun favorito de ustedes?

Cosas del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora