Capítulo 11

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Emily

Los ruidos en la casa eran fuertes. ¿Acaso no había aclimatado correctamente mi madriguera?

La sorpresa llegó a mí al escuchar otros tres corazones en la habitación. Sin embargo, no me moví, no me sentía en peligro. Sus olores me dejaban tranquila y en paz. Al igual que el calor que me envolvía.

—Adrián, deja de moverte— la gruesa voz de Alejandro resonó en mis oídos. ¿Que hacían ellos aquí? ¿Qué había pasado para que termináramos todos en la misma habitación?

En ese momento de desconcierto, un mano se posó en mi cintura y recordé todo como si lo estuviera viviendo otra vez. El tacto bruto de Romain, su aliento en mi cuello, sus palabras. Abrí los ojos desesperada por encontrar una salida. Quise ir para atrás en la cama, pero había una pared que no me permitía moverme. Frente a mí había un sombra, una grande sombra. Parecía una persona. Romain.

No sabía cómo huir de ahí, estaba atrapada.

—Cariño, tranquila— la voz de Andrés frente a mí me sorprendió. La sombra no era Romain.

—¿Dónde estoy?— pregunté algo asustada.

—En casa. ¿Podemos descansar un rato más? Estaba cómodo— Alejandro se movió a mi espalda. La pared tampoco era una pared.

En un delicado movimiento, Alejandro rodeó mi cintura con sus brazos y se aferró a mí como si fuera un oso de peluche. Sin importarme nada más que el calor y comodidad del momento, me relajé y dejé llevar por ese sentimiento de seguridad y paz que tu pareja debe de darte... bueno, parejas.

Y, como siempre, terminé por arruinar el momento. Mi estómago decidió que era momento de dejar en claro que no había comido en todo el día. Alejandro soltó un pequeño gruñido, me dio un beso en la cima de la cabeza y se levantó.

—La pequeña no ha comido en todo el día—mencionó como si no fuera obvio—. Hay que alimentarla.

—Adrián está en la cocina— le indicó Andrés mientras se sentaba recto contra la pared.

Yo me senté en la cama, entre todas las mantas y almohadones. El sueño seguía estando presente a mí, así que intenté pasar la mano por mis ojos para así poder abrirlos correctamente. No sirvió de nada, solo me hizo darme cuenta de lo hinchada que tenía la cara por llorar. En ese momento, me daba vergüenza recordar cómo había llorado en el hombro de Andrés, debe de haber pensado que soy una bebé llorona. ¡Le debo de haber manchado la camisa!

—Vamos, cariño— Alejandro ni siquiera se preocupó en esperar a que me parará, me tomó al estilo princesa para levantarme de la cama y emprender el camino a la que supongo debía ser la cocina.

Me avergoncé al instante. No soy una mujer flaca, soy algo gruesa y no debo de pesar poco.

—Yo puedo caminar— le comenté.

—No tengo dudas de eso, pero prefiero llevarte. Dame este capricho— sin decir nada más, siguió caminando por el pasillo, hasta encontrarnos con unas escaleras y entonces sí que me preocupé.

—Alejandro, bájame, pesó mucho, te vas a lastimar— le pedí sin mirarlo a la cara.

—Dilo de vuelta— dijo con la voz gruesa.

—Bájame— repetí confundida. ¿Para qué repetirlo?

—Eso no— se río negando—. Mi nombre.

—Oh, ¿Alejandro?— no entendía que quería con eso.

—Como me gustaría escuchar eso mientras gimes, cariño— el color subió a mis mejillas. ¿Era necesario ser tan directos?

—¿Puedes comportarte?— Andrés apareció a nuestro lado y continuó con el camino por las escaleras—. Vas espantarla.

—No lo creo. La pequeña está más que deseosa de gemir mi nombre, ¿no, cariño?— mi miró a los ojos, esperando una respuesta. Yo solo me sonrojé como nunca en mi vida había hecho. Esta situación era muy bochornosa.

—Deja de excitarla que está soltando ferómonas— le reprochó su hermano y no pude evitar esconder mi cabeza en el pecho de Alejandro, que empezó a vibrar de la risa.

Dando por terminada, él siguió su camino por las escaleras, sin ninguna queja sobre mi peso o sobre si le molestaba o no. Llegamos a un gran salón-comedor con sillones negros y varios cojines, una hermosa chimenea que se encontraba apagada y una linda biblioteca contra la pared. De ahí pasamos a la cocina, que tenía muchas cosas que parecían de cocineros profesionales, o puede que yo no supiera nada de cocina.

Alejandro me dejó sentada sobre la encimera, mas no se alejó de mi. Aprovecho para poner su entre mis piernas y apoyar su nariz en el espacio entre mi hombro y mi cuello. Ese lugar no solo te ayudaba a sentir el pulso de tu pareja, sino que desprendía con intensidad el olor de la otra persona. Además de que si decidían marcarse, ahí se encontraría la marca.

No todas las parejas marcaban a su destinado. Sin embargo, era algo común. No solo para marcar territorio, sino que también estaba la creencia de que al marcarse ambas parejas se volvían más fértiles. Muchos decían que eso era solo un mito, pero no se sabía.

—Disculpa al animal, pero todavía está cansado, no durmió su nona y ahora está algo gruñón— me explicó Adrián mientras volteaba un panqueque en una satén, Alejandro se defendió con un gruñido juguetón que me hizo reír—. Deberíamos conocernos, ¿les parece?

Quiero tener pareja/s. Perdón pero las escenas de abrazos me hacen sentir sola. Creo que prefiero una tarde entera de abrazos y cariñitos a una noche alocada. ¿Quién me acompaña?

Cosas del destinoWhere stories live. Discover now