Capítulo 10

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Andrés

Ver a mi hermano iracundo entrando a la cocina del lugar fue una gran sorpresa. Tratando de no llamar la atención de nadie, lo seguí.

La imagen frente a mí, hizo que la ira fluyera por mis venas. El tigre que trabajaba con nuestra pequeña estaba agarrándola de la cintura, como si le perteneciera, mientras ella se removía para poder salir de ahí. El olor a miedo llegó a mis fosas nasales con potencia y eso solo me hizo enojar aún más. Nadie tenía derecho a tocarla. Ella es solo nuestra.

—Llévala a casa, yo me encargo del malnacido— me indicó Alejandro con la voz gruesa, su lobo quería salir y degollar al que se atrevió a pasarse de la raya—. ¡Sácala de aquí!

No espere más para acercarme a toda velocidad a la pequeña conejo que estaba atemorizada. No sabría decir si era por el olor a ira que mi hermano exudaba o por el maldito tigre, pero no me importaba. Debía sacarle de ahí antes que viera algo que no debía.

Mire al tigre con odio y él entendió que se encontraba en desventaja, soltando a la pequeña y dando un paso atrás, preparándose para luchar con Alejandro. Que iluso, nadie le gana a Ale. Mi hermano mayor era el mejor protector que pudieras encontrar. Y estaba seguro de que iba a proteger a nuestra pareja con garras y colmillos de ser necesario.

Tome a la conejo en brazos, de forma que sus piernas rodearon mi cintura y sus brazos mi cuello. Ella seguía temblando y respirando entrecortadamente. Sentí mi pecho inflarse cuando escondió su rostro en mi cuello, buscando mi protección y la seguridad de mi olor.

Ni siquiera mire al tigre o a Ale al salir de la cocina. Tampoco mire a ninguna de las personas del lugar. Lo único que quería hacer era salir de ahí y llevar a mi pequeña a un lugar en donde pudiera sentirse segura.

Escuché a Adrián caminar tras de mí y seguirme a la salida. Le señale la camioneta con la mirada y, sin preguntar, abrió la puerta de los asientos de atrás por mí y se subió tras el volante.

—¿A dónde vamos?— me preguntó, mirándonos a través del espejo retrovisor.

—A casa— le respondí.

La pequeña en mis brazos temblaba incontrolablemente y no sabía qué hacer para tranquilizarla o por lo menos darle un poco de paz. Con una mano rodeando su cintura y la otra pasando por su cabeza, comencé a moverme de adelante para atrás como si fuera uno de esos caballitos de madera para niños.

Ella comenzó a llorar y yo comencé a perder la cabeza. ¿Qué cojones estaba sucediendo?

—Cariño— intente separar su cara del hueco entre mi cuello y mi hombro, pero ella se negó, así que la deja ahí—. Cariño, ¿qué sucede? Me estoy preocupando.

—Perdón— susurro entre hipidos. No dejaba de llorar y tenía miedo que se pudiera deshidratar a este ritmo. ¿Era eso posible?

—No, no, cariño, no pidas perdón— le dije en un estúpido intento de hacerle entender que no quería que se sintiera así. Yo debía ser el que pudiera tranquilizarla, yo era el bueno con las palabras. Sin embargo, ahora solo me siento perdido, completamente en blanco.

—Perdón— volvió a decir. Podía sentir dolor en sus palabras y no me gustaba.

—Cariño, no tienes nada por lo que pedir perdón, ¿está bien?— ella no respondió, así que volví a luchar para separarla de su escondite y ella no volvió a luchar. Sus ojos rojos, dejando caer lágrimas que rodaban como un río por sus mejillas, me estaban rompiendo el corazón—. ¿Por qué pides perdón?

—Él... él dijo que...— sorbió su nariz y soltó otro hipido antes de continuar—. Él dijo que yo lo andaba provocando, pero yo no quería y... perdón.

—No es tu culpa, cariño— estaba enojado, muy enojado. ¿Cómo podía creer que era su culpa? Él era un maldito que no se merecía ninguna de sus lágrimas.

—¿No están enojados?— preguntó con la voz rota, mirándome a los ojos por primera vez en todo el viaje.

—Claro que sí— le respondí y ella estuvo a punto de ponerse a llorar aún más fuerte, pero no la dejé—. Pero no contigo, cariño. Nunca contigo— le susurré, apoyando la palma de mi mano en su mejilla y limpiando sus lágrimas con mi pulgar—. Estamos enojados con el tigre ese, queremos arrancarle la cabeza y cortarle las pelotas. Lo más probable es que Alejandro este haciendo eso en este mismo momento. Pero sabemos que no fue tu culpa. No estabas buscándolo o provocandolo o cualquier otra estupidez que él haya dicho.

Ella se relajó en mi regazo y comenzó a llorar más relajada, probablemente por toda la situación.

—¿Entonces no van a hacerme nada?— preguntó aún un poco preocupada.

—Nosotros nunca haremos nada que tú no quieras ni vamos a enojarnos contigo por algo que ni siquiera fue tu culpa, ¿de acuerdo?— ella asintió con la cabeza—. Ven— le indiqué mientras abría mis brazos y dejaba que ella volviera a poner su cabeza en ese lugar específico entre mi cuello y mi hombro y me rodeara en un reconfortante abrazo.

Lentamente pude sentir cómo cada músculo de su cuerpo se relajaba y su respiración se ralentizaba. La pequeña había caído dormida.

—Espero me expliquen esto— comentó Adrián.

El pobre Adrián siempre está perdido, por suerte es lindo, eso lo tiene de su lado. Además de que quién no se rinde ante una ternura como él.

Cosas del destinoWhere stories live. Discover now