Capítulo 5

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Emily

Sin pensarlo, me transformé y salté fuera de mi ropa, que en mi forma animal me quedaba enorme. Sin pensar en los peligros que el bosque podría significar para un pequeño conejo, me adentre a él, esperando que aquello los confundiera y despistara.

No funcionó. Tres lobos estaban siguiéndome, el trío completo transformado. ¡Tres jodidos lobos! ¿Qué era eso? ¿Una emboscada?

Comprendía que uno me siguiera, los lobos son testarudos cuando se trata de su pareja, al igual que todos. Pero, ¿por qué los tres?

Seguí saltando lo más lejos que podía a la mayor velocidad que se me permitía por la naturaleza. Mi ventaja era que ellos no conocían mi destino, así que si seguía derecho como iba para luego hacer un drástico giro de noventa grados, podría despistarlos. Era una buena estrategia.

Al parecer los lobos no estuvieron tan despistados ni tan sorprendidos por el cambio de dirección. Tantos idiotas había en el mundo como para que justo mi pareja no fuera una. Que jodido es el maldito destino.

Entré a casa desesperada por llegar a la puerta que llega a mi madriguera. Por suerte fui inteligente cuando la hice, tenía seguros que solo podían abrirse desde el interior. Lo que no estaba segura es si iba a aguantar la fuerza de tres lobos. Nunca había pensado en encontrarme en esta situación.

A toda velocidad, entré al lugar más seguro que podía encontrarme, me transformé en humana más rápido de lo que nunca había sido capaz y cerré la puerta con todas mis fuerzas, poniendo cada uno de los seguros.

Un claro gruñido se escuchó del otro lado y uno de ellos golpeó la puerta con fuerza. Apenas se movió, pero sé que no iba a resistir a tres lobos maduros. Me sentía completamente abrumada y ni siquiera era capaz de manejar mis feromonas a raya. Todo el que me oliera detectaría el terror y miedo. ¿Cómo se supone que debían reaccionar en una situación así?

"No tengo forma de huir esta vez", pensé desesperada.

—Vas a asustarla— una voz sonó desde el otro lado de la puerta, sorprendiéndome. Sonaba civilizado.

—Cállate, voy a abrir esa puerta— otra voz, más potente y autoritaria se escuchó.

—Vas a hacer que nos odie, Alejandro— le reprocho otro.

—No puede hacerlo, es mi pareja— le respondió Alejandro enojado y empujando una vez más contra la puerta.

No pude evitar saltar en el lugar y soltar un sollozo, quise poder esconderme bajo las sábanas de mi cama, pero temía que si me alejaba de la puerta, esta se rompería en pedazos con solo un toque de alguno de ellos.

—Mira lo que haces— le reprochó el segundo.

—Cállate, Andrés, no es momento— dijo Alejandro enojado.

—¡Basta!— Andrés grito y mi respuesta inmediata fue hacerme un ovillo contra la puerta, con la espalda tocando lo único que me mantenía alejada de los lobos—. Tú no, cariño. Lo siento, no quería asustarte más. Pero, ustedes dos, compórtense.

—Pero mi pareja me odia— comentó uno con la voz ahogada.

—Deja de llorar, Adrián. Nadie odia a nadie, ¿de acuerdo? Solo está asustada; es un conejo contra tres lobos, no es una situación fácil.

—Que se acostumbre— acotó Alejandro ofendido.

—Que te calles, gilipollas, a nadie le importa tu opinión. Mejor la tratas bien porque es de los tres.

¿De los tres? ¿Era esto el karma? No podía ser cierto. Era una broma. Me intenté concentrar en los olores que había en la casa. Pasto mojado, frutillas con chocolate y peonía. No podía estar pasándome esto. ¿Tres parejas? ¡¿Tres lobos de pareja?!

Los sollozos aparecieron con rapidez, solo quería desaparecer. Esto era demasiado para mí. No solo no podía aceptarlos sino que ellos no iban a quererme, iban a conocerme e iban odiarme, al igual que mi familia, al igual que mi manada.

El dolor en el pecho aumentó, no sabía cómo pararlo. Todo esto estaba completamente jodido.

—No, no, cariño, no llores— la voz de Andrés sonó mucho más cercana y eso no solo hizo que el dolor disminuyera, sino que me tranquilizo en cierto sentido—. Está todo bien. Estamos aquí para ti.

Y con esas palabras el llanto aumentó. Él no entendía; me había estado preparando para este momento desde que había salido de la manada, hacía ya unos cuatro años. Pero el momento había llegado y no estaba preparada.

—¿Por qué llora? ¿Hicimos algo mal? ¿Nos odia? ¿Estará embarazada?— las preguntas de Adrián comenzaban a volverse más raras cada vez y en medio de los sollozos se me escapó una risa—. ¡Es eso!— exclamó el lobo de pronto—. Está embarazada, ¿quieres algo para tomar, comer? ¿Te duele algo? ¡¿Estás dando a luz?!

—Adrián, ¡no está embarazada!— le reprochó Andrés— ¿O sí?— la duda es palpable en su voz y eso me hizo reír un poco más.

—No hacen uno entre los dos— comentó Alejandro frustrado—. Al menos la hacen reír. Pero no está embarazada, inútiles. Si estuviera embarazada, no se hubiera podido convertir tan fácilmente, menos correr por medio bosque, pasando de largo a tres lobos.

—Oh, eso tiene lógica— acotó Adrián, sonando más relajado.

La conversación entre los lobos estaba comenzando a relajarme y el no haber dormido la noche anterior estaba tomando factura. Seguí escuchando lo que decían hasta que caí en un sueño profundo. Más tarde me encargaría del problema principal: el rechazo.

No es lo más romántico que uno puede hacer, pero creo que yo también huiría si me encuentro con mi alma gemela. Aunque terminaría llorando por querer escaparme de mi/s pareja/s y seguro que terminarían consolandome y porbablemente deseandole a la luna por una pareja más estable.

Cosas del destinoWhere stories live. Discover now