Capítulo 12

54.1K 5K 1.5K
                                    

Adrián

—¿Por qué no empezamos por tu nombre, cariño?— le preguntó Andrés. Que estúpidos, no sabíamos su nombre. 

—Emily— respondió nuestra pequeña. Su voz era dulce, jovial. Era una melodía que no estaba seguro si me cansaría de escuchar jamás. 

—Bueno, supongo que ya sabes nuestros nombres, ¿no?— comentó sonriendo Andrés. 

—Sí. 

—Dilos— le pidió Alejandro en un gruñido sexual.

—Yo... 

—Por favor— volvió a suplicar nuestro hermano mayor. Ambos nos sorprendimos por eso. ¿Desde cuándo Alejandro pide las cosas por favor?

—Alejandro, Andrés y Adrián— con cada nombre que decía, cambiaba su mirada de lugar a la persona que nombraba. 

Por alguna razón, el solo escucharla decir mi nombre y el de mis hermanos se sintió bien, demasiado bien. Mi polla comenzaba a despertar y pedir atención desesperadamente. Esto de necesitar aparearse al encontrar a tu pareja estaba empezando a volverse demasiado real.

—Bueno... — carraspeé, intentando quitar de mí cabeza la idea de ella gimiendo cualquiera de nuestros nombres—. Cuéntanos algo sobre ti. 

Intenté seguir prestando atención a la conversación, mantener mi mente atenta a lo que nuestra Emily decía, pero había una pequeña mariposa apoyada en el mesón. ¿Cómo llegaste hasta aquí, chiquita? Quise acercarme a atraparla pero salió volando. La seguí con la mirada, perdido de la realidad. 

Entonces recordé que estábamos teniendo una conversación con nuestra pareja. Debo haber quedado como un imbécil. Mire a Emily nuevamente, esperando que no haya notado mi comportamiento. Ella me estaba mirando fijamente, con esos hermosos ojos grises que me recordaban a una tranquila tarde nublada, perfectos para relajarse. 

—A veces, hace eso. Ya es algo normal— escuchó a Andrés explicándole. ¿Están hablando sobre mí?

—Oh, hola— me saluda nuevamente con una tierna sonrisa. Me sonrojó de solo pensar que vio todo eso. 

—Perdón. 

—No hay que pedirlo— me respondió tranquila—. Cuenten algo ustedes. 

—No hay mucho que contar— le dije tratando de enfocarme en la conversación y en preparar la comida, tenía antojo de pasta, ¿estaré embarazado?—. Nuestros padres son lobos, igual que nosotros. Alejandro es el mayor, con veinticinco años; yo voy en el medio con veintidos; y Andrés tiene veintiuno. 

—¿Por qué no están en su manada?— preguntó mientras comenzaba a mimar a Alejandro en el pelo y él soltaba un pequeño ronroneo. Yo también quiero que haga eso conmigo. 

—Estábamos buscando a nuestras parejas— le expliqué, pero Andrés me mandó una de esas miradas que daban a entender que debería haber cerrado la boca. 

—Estábamos buscándote a ti— especificó. ¿No había dicho eso yo?

—Pero ustedes no querían una sola para los tres— dijo.

—Bueno, no— le respondí y Andrés me miró amenazante, pero no me callé—. Pero creo que todos sabemos que esto es mejor que tener diferentes. Ahora no tenemos que preocuparnos sobre nada que tenga que ver con separarnos por culpa de nuestra pareja, podemos estar juntos. Además de que eres la mujer perfecta para cada uno de nosotros. 

—Ni siquiera me conocen— exclamó consternada.

—No es necesario hacerlo, ya lo sabemos y no sirve de nada negarlo. Es como cuando encuentras el color perfecto para tu pintura, pero no puedes explicarlo con palabras, es el indicado— le comente mientras me fijaba si los fideos estaban hechos o no. 

Una pequeña risa rebotó por el lugar al ver que arrojaba uno de los fideos a la pared para ver si se pegaban. El fideo cayó al piso, así que debía dejar la pasta un rato más para que estuviera hecha. 

—Entonces están bien con que sea solo yo— afirmó, aunque sonó mucho a una pregunta. 

—Más que bien— le respondió Andrés. 

—¿Y qué va a pasar cuando se aburran de mí?— lo preguntó con tanta seguridad, con tanta naturalidad que me hizo enojar. El gruñido de Alejandro nos dejó en claro que él tampoco estaba feliz con eso. 

—No nos vamos a aburrir de ti— le dije con el ceño fruncido, ¿cómo podía pensar eso?

—Oh, vamos, no me digan que su manada va a aprobar que estén con una conejo. Su familia no va a estar de acuerdo. 

—No nos importan esas cosas— le dijo Andrés ofendido por la acusación.

—Mejor cambiemos de tema— murmuró Emily. 

—¿Por qué habría problemas con que seas una conejo?— me encontraba muy confundido. 

—A los lobos no les gustan los conejos— me respondió tranquila—. Además de que la gente dice que somos malos como parejas. 

—¿Por qué?— todo esto era cada vez más enrevesado. "A mi me gustan los conejos", pensé obvio.

—Porque dicen que son muy lujuriosos— dijo Alejandro, sacando su cabeza de su escondite y todos pudimos ver su sonrisa mal pensada—. Dicen que les gusta mucho el sexo, ¿no es así, cariño?

Ella no dijo nada, se lo quedó mirando como si estuviera hipnotizada. Hizo un pequeño asentimiento con la cabeza y tanto Andrés como yo pudimos ver cómo Alejandro ponía una mano sobre el muslo de la pequeña, que estaba vestida con un hermoso vestido veraniego, dejando camino a la mano de Alejandro que no dejaba de subir lentamente, torturándonos a todos. 

—Dicen que sus celos son largos y se vuelven muy necesitados y territoriales— siguió diciendo Alejandro mientras su mano seguía subiendo por el vestido de la pequeña, subiéndolo lentamente. 

Quién pudiera tener celos para justificar sus calenturas tan fácilmente. "Nono no soy pervertida, estoy en celo nada más" Necesito poder decir eso

Cosas del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora