Capítulo 40

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Chaeyoung dedicó el resto de la tarde a deambular por la lúgubre habitación del motel mientras se preguntaba cómo había podido caer tan bajo. ¿Cuándo había empezado el imparable declive? ¿El día en que aceptó el primer soborno de los Bangtan? ¿O antes de eso, el día en que empezó a apostar cuando todavía estaba en la Universidad de Seúl? ¿O acaso su destino ya estaba maldito desde el día en que su madre la había abandonado para fugarse con su novio?

Algunas veces se preguntaba si la maldición la había perseguido desde antes de nacer.

Durante las semanas que transcurrieron desde que la condenaron hasta que se presentó en la prisión Daegu para cumplir la sentencia, había buscado a sus padres por todas partes. 

¿No era natural que un hijo recurriera a sus padres cuando tenía problemas?

Gracias a Internet y a las páginas web dedicadas a poner en contacto a parientes desaparecidos, no le había costado demasiado localizar a su padre.

Después de cumplir la condena en Seúl, se había marchado de la ciudad para aterrizar en distintos lugares pero nunca durante mucho tiempo, hasta que por fin había terminado en Ulsan. Allí había muerto en un hospital municipal a la edad de cuarenta y nueve años. Los informes hospitalarios decían que padecía diversas patologías relacionadas con el alcoholismo.

Tardó un poco más en localizar a su madre. O había cometido poligamia y se había casado con distintos hombres sin arreglar antes el divorcio de los anteriores maridos, o había adoptado sin más el apellido de los hombres con quienes vivía.

Conforme se acercaba el día del encarcelamiento, se preguntaba cada vez con más frecuencia por qué se molestaba en intentar encontrarla, por qué sentía curiosidad siquiera por saber qué vida llevaba ahora, cuando la había abandonado sin el menor remordimiento. Que Chaeyoung supiera, su madre nunca había intentado averiguar qué había pasado con ella, así que ¿por qué le parecía tan imprescindible retomar el contacto con ella?

No sabía qué era la que la empujaba. Era un instinto que no podía explicar, ni siquiera ante sí misma, de modo que se rindió y se limitó a seguirlo. Su obstinación tuvo recompensa. El día anterior al comienzo de su condena, la encontró en Daejeon. Obtuvo una dirección y un número de teléfono. Sin darse tiempo a pensárselo dos veces, marcó el número.

Más tarde se arrepentiría de esa decisión.

«Menuda despedida antes de ir a la cárcel», pensaba ahora con amargura. ¿Por qué hoy, cuando estaba metida en el mayor embrollo de su vida, le venía a la cabeza toda esa mierda sobre sus padres? Tal vez porque pensar en ellos reforzaba lo que ella tanto sospechaba: que había seguido el camino de la autodestrucción antes incluso de salir del vientre de su madre.

Y eso no era buena señal, si uno pensaba en el desenlace.

Deprimida, se tumbó en la roñosa cama y consiguió dormir durante un rato. Quizá fuera el método que tenía su cuerpo de dejarle escapar temporalmente de la realidad. Todavía más amable fue su subconsciente, que le permitió soñar con Mina. 

Ponía las manos sobre ella. Se movía dentro de ella. Mina le apretaba con los dedos las nalgas, se arqueaba para recibirla, gemía su nombre. A unos latidos del éxtasis se despertó, con el nombre de Mina en sus labios, empapada en sudor y luciendo una dolorosa erección.

Se levantó, se duchó y encendió la televisión a tiempo de ver las noticias vespertinas. Tal como temía, un presentador con aspecto petulante y el pelo horrendo anunció que la policía estaba buscando a Son Chaeyoung, para «interrogarle por el brutal asesinato de Jackson Wang».

Jugando Sucio |MiChaeng| [G!P]Where stories live. Discover now