Capítulo III. El recuerdo

55 7 0
                                    

Al despertar, Naruto no sabía dónde estaba.

Abrió los ojos, parpadeó e intentó que su cerebro se despejase al mismo tiempo que el resto de su cuerpo.

Se encontraba boca arriba sobre una superficie mullida, con la cabeza hundida en una blanda almohada y abrigado con el edredón hasta el cuello. Lo rodeaba ese agradable y amoroso calorcito que brinda tu cama, las mañanas de crudo invierno.

Pero el techo era blanco.

Por sugerencia de Gaara, el techo y las paredes de su minúsculo apartamento en la Aldea de la Hoja ahora estaban pintadas de un vistoso tono arena. Durante la última de sus frecuentes visitas, el Kazekage de Suna había dejado caer que quizá debiera mudarse a una vivienda más grande. Gaara siempre se quedaba a dormir con él, rechazando el lujoso alojamiento oficial que le era ofrecido. A las gentes de Konoha y a las de Suna les había resultado chocante, al principio. ¿El Kage de una de las grandes naciones ninja, despreciando las comodidades para apretujarse con Naruto en el pequeño apartamento de una sola habitación y una sola...

...cama?

Sasuke.

Naruto se encontraba en su cama. En su cuarto, pero no en Konoha.

Estaba en el Infierno. En casa de Sasuke.

***

Los recuerdos de lo sucedido la noche anterior cayeron sobre él con el impacto de una avalancha de nieve. Se irguió a toda prisa, retirando el suave cobertor. La luz fría de la mañana se colaba por la alargada ventana del cuarto. Echó un vistazo rápido y pudo ver de refilón la imponente ciudad gris, invadida por la neblina, bajo un cielo nublado muy brillante.

El pasillo olía ligeramente a pan tostado, a salmón y a miso. Hambriento como estaba (y probablemente seguiría estando), anduvo hacia la cocina.

Sasuke colocaba sobre la mesa un cuenco de arroz, junto a otros recipientes de contenidos variados. Al escuchar pasos, levantó la vista hacia los radiantes ojos azules que le sonreían desde la puerta.

—Buenos días, Sasuke.

Mientras se rascaba la barriga del pijama y se sentaba a la mesa, Naruto observó risueño las ojeras del Uchiha. El día anterior eran moradas y esa mañana violeta; un cambio de matiz sutil, aunque apreciable.

Aprovechando que le estaba sirviendo el desayuno, apoyó los codos sobre la madera y estudió a su amigo con detenimiento. La ropa negra y ajustada resaltaba su esbeltez. Protegía el pecho y la espalda con un chaleco metálico, a manera de armadura ligera. Al rubio le recordó al aspecto militar de los Ambu, aunque sin hombros tatuados al descubierto. La vestimenta marcial se completaba con robustas botas cortas para la nieve y el hielo, y una insignia en forma de espiral, cortada por cuatro rayas verticales, y prendida a la izquierda del pecho.

—¿De qué vaf veftido...? —Concluido su análisis, Naruto masticaba a dos carrillos un panecillo de semillas, en previsión de que algún ente diabólico de más de diez cifras lo sustituyese a traición por un todavía más repulsivo plato de algas al vapor.

—Es mi uniforme —respondió Sasuke, altivo—. Soy policía.

El otro estuvo a punto de ahogarse con el zumo de naranja encargado de convencer al consistente pan de que se dejase tragar.

—¡¿Qué?! —exclamó, secando con el dorso de la mano un reguero naranja en su mentón y posando el vaso.

—¿Te sorprende?

—En realidad, no. En el Infierno están los peores criminales del universo: es lógico que haya que controlarlos. Pero creí que los Números se ocupaban de eso.

HOLLOWWhere stories live. Discover now