Capítulo V. La piel

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Konoha resucitaba. Transcurridos varios años desde el término de la Cuarta Guerra Ninja, la aldea florecía igual que los cerezos de primavera.

La vida seguía su curso, pero Naruto había quedado congelado en el tiempo. Esperaba a un hombre que ya no regresaría, porque estaba allí. Sasuke le había salvado, y le había abandonado una vez más.

***

La tumba era muy sencilla: una estilizada losa de diorita sobresalía orgullosa entre la hierba, mostrando el símbolo Uchiha grabado sobre su oscura y pulida superficie. Naruto acudía al cementerio a diario, se sentaba de piernas cruzadas delante de la hermosa piedra y le hablaba.

Aquella tarde, por ejemplo, le contó su opinión sobre el anómalo comportamiento de sus compañeros del antiguo equipo siete. La amistad entre Sai y el Uzumaki era llana y abierta, pese a las limitaciones que imponía la especial naturaleza del ambu y el vivo carácter del rubio; sin embargo, los entresijos del vínculo que mantenían el pintor y la kunoichi de ojos verdes resultaban incomprensibles para Naruto. Hacía un mes, habría jurado que estaban más unidos que nunca. Pero ahora Sakura se encolerizaba continuamente por algo misterioso que Sai hacía... o no hacía. Apenas una hora antes, Naruto los había divisado frente a la pared trasera del nuevo Hospital de la Hoja, discutiendo airadamente.

Ya había ocurrido un hecho similar estando él presente, y lo más desconcertante era la actitud de Sai, no la de Sakura. En lugar de seguirle la corriente, disculpándose y parpadeando inocentemente para evitar ser fragmentado en diminutos pedacitos por la aplicada alumna de Tsunade, el anbu reaccionaba enfadándose también. Naruto desconocía el motivo de esta disputa en específico, pero tampoco pensaba interferir. Sai no acostumbraba a elevar el volumen cuando se molestaba, no obstante, su puntería con su sosegada lengua era de lo más certera. A punto de escabullirse sigiloso, a las orejas de Naruto llegó un comentario viperino sobre los (entre comillas) arduos turnos de noche que Sakura se veía (más comillas) forzada a hacer en compañía de un apuesto médico, recién incorporado al personal del hospital. La réplica de la kunoichi fue una sugerencia portentosamente zafia, relativa al uso que Sai podía darle a cada uno de los tallos espinosos de las rosas que le había obsequiado a la curvilínea Ino por su cumpleaños.

—Porque es imposible, que si no, diría que... —Naruto le dedicó una mirada escéptica a la inmutable losa—. Nah, olvídalo, gilipolleces mías —determinó. Echó las manos hacia atrás y cogió impulso para erguirse, sacudiéndose a manotazos las manchas de tierra de los pantalones.

—Esta noche se reúnen los chicos en el Ichiraku, pero prefiero irme a casa. Gaara está aquí y mañana viajaré con él a su aldea; así al regresar tendré más que contarte. Ojalá pudieses ver cómo cambiaron las cosas y cómo siguen cambiando, Sasuke.

Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue y melancólica, antes de acariciar una arista de la losa oscura con la yema de los dedos.

—Gracias, teme... —murmuró al viento que arrullaba las hojas.

Sus pasos dejaron una huella sobre la hierba que tardó en borrarse.

***

—Hola, Gaara. ¿Qué tal tu reunión con los ancianos?

—Larga.

El elocuente Kazekage de Suna descendió majestuoso de la nube de arena que le sostenía y tomó asiento sobre las tejas de arcilla encarnada, al lado de Naruto. Gaara no intentaba animarle ni hacerle sonreír a toda costa. La persona más semejante a Sasuke que el rubio conocía, tampoco le preguntaría qué hacía allí solo encaramado al tejado de su casa, mientras sus compañeros se reunían en su restaurante favorito, dando lujuriosos besitos a una botella de sake y compartiendo lo vivido en sus respectivas misiones.

HOLLOWWhere stories live. Discover now