Capítulo VII. El corazón

50 5 0
                                    

—¡Naruto! ¡Cuidado con el agujero!

Desoyendo tan sugerente consejo, el intrépido rubio continuó su vuelo sobre el pavimento congelado de La Ciudad. Avanzaba a una velocidad endiablada, acelerando a cada potente impulso de sus largas piernas y evadiendo con gracia cuanto consideraba un obstáculo. Calles, avenidas, callejones, escaleras, plataformas, túneles... Cualquier superficie helada se transformó en un reto y Sasuke había desistido hacía mucho de intentar reprimir su entusiasmo.

El Uchiha patinaba tras él con un rostro severo que escondía cierta inquietud. Poseedor de una fortaleza física desmesurada y una agilidad impresionante, la habilidad del inexperto patinador rubio para curarse de posibles golpes o roturas de huesos no era la misma sin sus dos poderosos chakras.

Naruto estaba, palabras textuales, "hasta los cojones de patear hielo como si pisase huevos". Por eso se le había ocurrido la más brillante de sus estrambóticas ocurrencias: pedir que le trajesen unos patines. Dos pares, de hecho, pues también solicitó unos para Sasuke. Y los Números proveyeron: negros, resplandecientes y de amenazadoras cuchillas plateadas. Esa mañana, halló al recién levantado Naruto probándoselos en el salón. Su huésped sonrió, se puso en pie, e intentó dar unos primeros pasitos en su dirección con los protectores puestos. Para mantener el equilibrio, abría y movía los brazos de una manera enternecedora que le daba la apariencia de un bebé inestable. La siguiente parada fue un sillón, donde cayó en blando y se los quitó para ir a buscar su desayuno, pero en cuanto Sasuke hizo ademán de acercarse, lo pensó mejor. Se retiró a la esquina más apartada de la sala con un puchero, abrazado protectoramente a sus patines.

El Uchiha bufó y siseó como gato bajo pena de baño, y poco faltó para que se le esponjara el lomo. De madrugada, había tropezado con ellos de forma... accidental, prolijamente embalados dentro de una caja sobre el tapete de la entrada. Los supuso un puro divertimento y le hicieron gracia; sin embargo, Naruto se había emperrado en emplearlos para sus desplazamientos cortos, y aquello sí que no. Los dichosos patines habían sido origen de una encendida discusión matutina, concluida con la hosca claudicación del Uchiha.

En el fondo, estaba secretamente complacido por la luminosa alegría de Naruto, debida a sus juguetes nuevos, aunque no lo confesaría ni vivo. A lo largo del día, fue resignándose a deambular por las calles subido en los filos metálicos y "más tieso que una bailarina", en la insultante opinión del empecinado Uzumaki, el cual se había negado en rotundo a usar el transporte subterráneo durante toda la jornada.

Se disponían a regresar al apartamento. Naruto acababa de esquivar una farola, arrancar el peluquín al paso a un asesino en serie, y estar a dos milímetros de arrollar una valla festoneada de estalactitas transparentes:

—¡Sasuke, mírame! No lo hago tan mal...

—Entre no hacerlo mal y hacerlo perfecto se abre un abismo, usuratonkachi. ¿Quieres una demostración?

De manera sorprendentemente vertiginosa, dada su estirada y antipática parsimonia de las últimas horas, adelantó a un pasmado Naruto y realizó en fluida secuencia varios saltos espectaculares: dos quíntuples Axel, dos cuádruples Loop y un triple Lutz, sin dejar de lucir su familiar y detestable sonrisilla de superioridad.

Ahí estaba el Sasuke de su infancia, presumido, insoportable y engreído: el que tanto había extrañado. Se quedó embobado contemplando las evoluciones de la figura vestida de negro. La torneada musculatura se apreciaba con claridad bajo la capa oscura que ondeaba a su alrededor.

Sasuke retrocedió, picando el hielo, y se detuvo.

—¿A qué viene esa cara de perro famélico? —inquirió, ceja en alto.

HOLLOWWhere stories live. Discover now