Capítulo XV. La herida

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—Me aburro.

—Y yo me aburro de oírte repetir que te aburres —resopló Sasuke—. Tampoco es que me lo esté pasando de maravilla, aquí encerrado entre dos paredes, ¿sabes?

Rubio y moreno estaban sentados al borde de las vías del tren, dentro del caluroso túnel que desembocaba en la puerta al Mundo Real, encima de un montón de gravilla sobre el que habían extendido sus capas para que resultase más cómodo.

Sasuke echó un vistazo a su hermano. Más próximo al muro de metal, se desplazaba como una sombra entre los trabajadores y su observación minuciosa los ponía sumamente nerviosos. Tan pronto estaba de pie sobre un cable, como subido al quinto piso de un andamio o en el suelo, agachado en cuclillas, curioseando tras la oreja de alguno de los operarios. Por fortuna, no había peligro de que los muertos sufriesen un ataque cardíaco.

El único que permanecía impasible ante las excentricidades de Itachi era Orochimaru. Su labor consistía en verificar la correcta reparación de las grietas desde una pantalla instalada sobre un armazón metálico con un teclado. El Sannin legendario no se mostraba afectado por las repentinas apariciones del sigiloso Uchiha mayor a su lado. De hecho, su "grupito de niñeras" parecía divertirle. De vez en cuando, estudiaba a Sasuke con una sonrisilla satisfecha y maliciosa que a Naruto le despertaba instintos asesinos. Que su amigo lo ignorara lo apaciguaba un tanto, pero luego volvía a cazar al de las serpientes escudriñándolo con ojos ávidos y sus ganas de decapitarlo resurgían.

Para no hacerse mala sangre, lo más recomendable iba a ser relegarlo a un rincón lo suficientemente viscoso de su mente y disfrutar de aquel tiempo extra en compañía de Sasuke.

—Estar aquí sentado me trae recuerdos de cuando llegué a Konoha después de mi entrenamiento con Jiraiya —empezó—. Delante de la ventana del cuarto de Sakura crecía un árbol muy alto y yo trepaba hasta su copa de noche para... para...

—¿Para...?

Sasuke frunció el ceño.

—Échale imaginación, teme —Naruto se rascó la nuca con una risita pícara—. Me encaramaba a una rama para espiar a una chica por la ventana. ¿No te proporciona eso una buena pista de lo que hacía?

—¿Cómo quieres que sepa...? —Los ojos del Uchiha se abrieron como platos, al patearle la inspiración y disminuyó el volumen de su voz—: ¿Te hacías pajas a costa de Sakura?

Lo asaltó una ácida incomodidad frente a la imagen de sus dos mejores amigos en la cama. No sentía por Sakura el odio acerado que lo acometía al pensar en Gaara: todo lo contrario, gracias a ella Naruto continuaba con vida. Se trataba más bien de esa clase de aversión natural que a cualquier ser humano le provocaría figurarse a sus padres ocupados en tales actividades. Sasuke no había tenido la oportunidad de cometer semejante atrocidad con los suyos, pero...

—Pues claro que me hacía pajas a costa de Sakura. Y muchas —agregó el rubio—. Es increíble que no se me cayese la mano. ¿Tú nunca te la has cascado en un sitio raro?

—No con los huevos colgando de un árbol. Y menos, siendo tú el objetivo de cada uno de los enemigos de Konoha. Menudo inconsciente, lo que es increíble es que aún respires.

—¿Y en los sitios normales? No me has comentado nada de lo que hacías antes... antes de que tú y yo... nos...

Se interrumpió para no soltar alguna barbaridad que le granjeara un berrido armonioso.

—¿Qué lugares, según tu estupendo criterio, son normales para hacer una cosa así?

—Todos —repuso el futuro Hokage, como si fuese obvio—. ¿Dónde te la meneabas tú? ¿En la ducha? ¿En la cama?

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