Capítulo IV. La pesadilla

47 7 0
                                    

Haku había sido el origen del singular camino ninja de Naruto.

Delante de su tumba y de la de Zabuza, enunció por vez primera los principios que gobernarían su vida: no rendirse, no ser instrumento de nadie y no abandonar a un amigo. Ahora aquel chico continuaba aparentando quince años y trabajaba en un prostíbulo. Se vendía y se dejaba hacer, con tal de pasar una noche sin pesadillas. Accedía a cuanto le pedían, a cambio de un poco de paz.

Igual que Sasuke.

Tras erguirse de la silla, Naruto fijó sus ojos en la fina silueta vestida de rosa pálido. La genética había terminado triunfando y el hijo del cuarto Hokage ya sobrepasaba el metro ochenta de estatura. De pie frente a él, Haku le parecía muy menudo. E inocente.

—¡¿Qué diablos haces aquí?! ¡No deberías estar aquí! —chilló.

El joven no se inmutó.

—Maté a muchas personas, Naruto-kun —respondió dulcemente.

—¡No me refiero a eso! ¡¿Por qué trabajas aquí?!

—Yo...

La cara tostada sufrió una mutación abrupta y las finas líneas de sus mejillas se contrajeron en una máscara de ira que pocos habían tenido la desgracia de contemplar. Sin embargo, su voz sonó precisa y acerada al interrumpir al chico:

—¿Quién te obligó?

—Naruto-kun, tranquilízate.

—Estoy tranquilo —aseguró el mayor con la mandíbula rígida—. Nos largamos. Si alguno de esos putos Números o "Númeras" trata de impedirlo, saldrá rodando por delante de nosotros de una patada en la boca.

Cogió a Haku del brazo del mismo modo que había hecho con Sasuke esa mañana. El chico siguió dócilmente al resuelto Uzumaki por los pasillos hasta la salida. Pero al pasar bajo el dintel y pisar la nieve sucia de la entrada, Naruto se percató de que no habían recogido capas o abrigos. Consideraba entrar a por ellos, cuando retuvo su atención un pequeño carro de mano, cubierto con un toldo rojo y lleno de cajas de cartón, apoyado contra el muro junto a la puerta.

—Es mío —sonrió Haku, a quien el gélido clima no daba señales de incomodar.

El rostro andrógino de rasgos delicados, la piel de leche, las espesas pestañas y el pelo castaño suelto sobre los hombros lo convertían en la imagen de la belleza absoluta. Naruto tragó saliva. Únicamente las sonrisas sinceras de Sasuke, borradas para siempre de su boca por la fatalidad y el destino, osaban compararse a las de aquel adolescente.

—¿Es Sasuke-kun la razón por la que vino a parar al Infierno el hombre que menos lo merecería de cuantos he conocido? —añadió el chico, aproximándose al carrito para deshacer los nudos de las cuerdas que sujetaban las cajas.

—Has acertado, pero no estoy muerto. Nadie me atormenta —Naruto vaciló un par de segundos—, salvo a la hora de comer. No sufro pesadillas y no se me obliga a prostituirme. Y si supones que por cambiar de conversación permitiré que se sigan aprovechando de ti, estás equivoc...

—Cállate ya, dobe, no montes más drama —le cortó una voz grave desde atrás—. Haku no trabaja en lo que imaginas, viene a traer la comida.

Naruto miró a la izquierda y descubrió a su amigo sobre el escalón de entrada, flanqueado por la pintarrajeada dueña del burdel. No obstante, no estaba para bromas mientras alguien no se explicase:

—¿Sólo eso? —preguntó, receloso.

—Sí —respondió a su derecha el más joven, al tiempo que acomodaba unas cajas bajo sus brazos—. Hago el reparto para una casa de comidas y este local está en mi ruta.

HOLLOWWhere stories live. Discover now