Capítulo XI. La pérdida

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—Estúpido otouto.

Sasuke creyó haber perdido el juicio. Derrumbado en el suelo contra la pared, el cuerpo surcado por violentos escalofríos, echó los brazos atrás para intentar recobrar el equilibrio y la cordura. Su corazón latía a un ritmo tan acelerado que si estuviese vivo, habría caído fulminado. El tacto de una sustancia pegajosa lo desconcertó y levantó las palmas hacia su cara. Un picante olor a óxido agredió su nariz: la sangre goteaba desde su espalda, formando un charco sobre las baldosas.

¿Otra pesadilla? Imposible, no llegó a hundir un dedo en el colchón. Tras salir de la ducha, posó la palmatoria en su rincón para alumbrar la habitación, y en un cuadro pavoroso se apareció ese claroscuro ante sus ojos incrédulos.

Los hermanos Uchiha frente a frente; idénticos, ya adultos: perfectos, hermosos y oscuros. Sólo Naruto, siempre Naruto, dormido y dorado entre las sábanas blancas, parecía resplandecer en las tinieblas.

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La sombra del mayor se cernió sobre el menor. Itachi se acuclilló delante de él, escrutando su interior, como si conservase el Sharingan.

—¿Qué haces aquí?

Un susurro ronco, Sasuke no se atrevió a más. Elevar el volumen y que la voz le fallase, sería una muestra de debilidad añadida.

—Eres tú quien no debería estar aquí.

La pronunciación grave y reposada, cuyos ecos resonaban en su memoria, revelaba una decepción amarga que lo hizo sentir insignificante. De regreso a la niñez, recibía otra severa reprimenda por molestar a su hermano, insistiendo en adiestrarse con él después de la Academia. Al instante, el joven ninja se enfureció por atraer aquel recuerdo a su pensamiento; los días de su infancia no eran sino cenizas resecas con las que ensuciar sus manos.

—Aun muerto, sigues sin aprender nada —remató Itachi, trasladando la vista hacia el tercer ocupante de la habitación.

—¿Naruto...? —El durmiente no dio indicios de haber oído la llamada y la extrañeza de Sasuke se tornó alarma—. ¡Naruto, despierta!

Se impulsó de un salto, esquivando al otro, para llegar a la cama y arrodillarse junto al Uzumaki. Yacía de costado, con los bruñidos mechones esparcidos sobre la almohada; las pestañas, brillantes como minúsculos puntitos de luz, apenas se movían. En paz, pero demasiado tranquilo. Demasiado silencioso.

Cuatro agitadas noches juntos, entre amagos de estrangulamiento, rodillazos de infalible puntería (supuestamente involuntarios) y robos giratorios de edredón que lo dejaban con el culo al viento, habían enseñado a Sasuke que el sueño de su amigo era igual de alborotado que su vigilia. Algo le ocurría.

—¡Naruto! —repitió, atrapando por los hombros y zarandeando a la figura inerte sobre la cama—. ¡¿Qué le pasa?! ¡¿Qué le han hecho?! —vociferó con un renovado matiz de histeria en su tono.

—Sedarlo —repuso Itachi, enderezándose con impasible lentitud—. Imagino que, como está vivo, no calcularon bien la dosis.

Sasuke liberó a su presa sin disimular su alivio, mientras se ponía de pie.

—Eso fue hace días. Lo creía ya en Konoha. ¿Cómo... os habéis...? ¿Por qué estáis...? —Hizo varias tentativas hasta ubicar el ángulo a partir del cual enfocar la pregunta—: ¿Qué hacéis aquí? —concluyó.

—Prefiero que te lo cuente Naruto. Llegamos hace una hora, se desmayó y fui a tumbarlo, pero dormías en esa cama y lo traje a su habitación. Al cabo de un rato, entraste y cruzaste hacia el baño a oscuras sin notar nuestra presencia. Saliste, prendiste la vela, gritaste y lo demás... —Itachi hizo una pausa significativa clavando su mirada en la de Sasuke— ya lo sabes.

HOLLOWWhere stories live. Discover now