Capítulo XVI. El sacrificio

22 3 0
                                    

Las nubes encapotan el cielo sobre el Valle del Fin.

Sasuke aspira el olor fragante del bosque y la humedad proveniente de la gigantesca catarata, flanqueada por las estatuas del Primer Hokage y de Madara Uchiha. La frescura de la noche le cala hasta los huesos y la oscuridad lo amortaja como el sudario que nunca lo ha envuelto.

Inesperadamente, su sharingan reacciona con el acostumbrado sonido del acero desenvainándose. A unos metros, centellean dos límpidos ojos azules.

Naruto ha escapado del Infierno tras él y lo ha encontrado. El alivio y la felicidad lo llevan a recobrar el color negro de sus iris, pero al percibir más presencias, se gira hacia atrás y el carmesí brilla nuevamente en su mirada.

Madara Uchiha observa el enfrentamiento sin intervenir desde un promontorio cercano, junto a varios Zetsus que forman una corona macabra de hojas y sonrisas afiladas.

Pero es la pregunta de Naruto, a su espalda, la que congela la sangre de sus venas:

—¿Y ahora qué hacemos?

88888888888888888888888888888

—No está aquí.

En medio del cuarto de Orochimaru, Itachi y Naruto resoplaron, impotentes. Al despertar, se habían percatado con espanto de la ausencia de Sasuke y, arrastrados por una corazonada conjunta, corrieron a la habitación del Sannin para hallarla vacía.

—Nos queda otra opción: separémonos. Yo bajaré al túnel y tú trata de buscar en las plantas de arriba.

—Itachi-san...

—Sabes todo lo que yo sé. Lamento habértelo ocultado; si hubieses estado al tanto, quizá habrías podido detenerlo. Conservamos una oportunidad porque todavía no han descubierto cómo huir, pero yo...

—Itachi-san, ya es suficiente —lo cortó el rubio, ahora tajante—. No es culpa tuya.

Y salió de allí como una exhalación.

Mientras descendía a los subterráneos, la mente del Uchiha mayor era un hervidero de emociones. Condenado Sannin y sus palabras sedosas de falsa sinceridad. Había acabado tendiéndoles una trampa, como era de prever y Naruto recalcaba a todas horas. Pero era su propia conciencia la que más le torturaba. El auténtico responsable era él: el traidor sin entrañas que, por lealtad a los gobernantes de Konoha y para proteger a sus habitantes, asesinó a su confabulador clan y a toda su familia, empujando a su único superviviente a una existencia llena de odio y plagada de muertes encadenadas.

Itachi había transformado a Sasuke en lo que era y, por ironías de la muerte, también se había convertido en experto conocedor de los sentimientos de su hermano por el Uzumaki. Su meta era devolverlo a Konoha, no concebía otra justificación, pero iba a darse de bruces con el proceder habitual del futuro Hokage. La opción de llevarse a Sasuke consigo al Mundo de los Vivos ya habría sido descartada por el rubio en su momento, puesto que no era lo correcto. Contando con que los Números no interfirieran de algún modo ignoto y desastroso, Naruto se traería de la oreja a su díscolo otouto y permanecería en el Infierno con ellos durante el resto de su vida.

Lo cual los conduciría al punto de partida una vez más.

Aquello era un rompecabezas insoluble. Itachi sacudió la cabeza y la coleta de pelo oscuro se balanceó a su espalda. Su temor inmediato radicaba en que Orochimaru hubiese localizado ya otras salidas por su cuenta, o hubiera averiguado cómo franquear la de los túneles y se lo estuviese enseñando a Sasuke en ese instante...

La imagen aguijoneó sus piernas y se apresuró, escalones abajo, como si la quimérica salvación de su alma le fuese en ello. Al alcanzar la puerta de acceso al andén, dio un fuerte tirón y en dos trancos saltó a los raíles, acelerando hacia la zona de las obras. Con cada zancada iba rogando por lo bajo, pero las esbeltas figuras de su hermano y de Orochimaru, divisadas a lo lejos, reanudaron el ritmo de sus latidos y permitieron que recuperase el aliento.

HOLLOWWhere stories live. Discover now