Capítulo XII. El hogar

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El graznido de un buitre agonizante, o un chirrido sospechosamente similar, se escuchó fuera de la habitación. Naruto gruñó ante la lúgubre perturbación de su sueño y el ruido se obstinó en martirizar sus oídos. Su segunda reacción fue torcer el cuello hacia donde debería de hallarse durmiendo el Uchiha.

El colchón vacío le hizo exhalar un suspiro de decepción, trayéndole a la memoria esas escasas y preciosas ocasiones en que ambos habían amanecido piel contra piel. Al recuerdo embriagador se encadenó el de su insatisfactorio encuentro sexual de la noche anterior: el hambre y el deseo, entremezclados con los celos, la desilusión y la amargura, que le indujeron a refrenarse y evitar lo que iba a ocurrir, que ambos sobrepasasen el punto de no retorno y la herida fresca desembocase en una llaga.

La puerta del baño batió contra la pared y el objeto de sus hirvientes pensamientos salió a toda prisa con las caderas enrolladas en una toalla, el pelo húmedo y una cara de cabreo de notable magnitud en la escala Uchiha.

—¿Qué...? —Naruto se incorporó, desconcertado por la urgencia con la que moreno rebuscaba en su armario.

—Están llamando al timbre.

—¿Te refieres a ese sonido horrendo? —El rubio procuró no babear en exceso frente a la visión que se retiraba la tela rizada de un tirón y cuyo apetitoso culo desnudo desapareció bajo uno de sus pantalones.

—Ya no se oye. Habrá abierto Itachi —dijo Sasuke. El pantalón de Naruto le serviría para degollar con relativa decencia a quien se había atrevido a interrumpir su sacrosanto protocolo de belleza matutina—. Sigue durmiendo —sugirió, recomponiendo su peinado con los dedos—. Más tarde te prepararé el desayuno.

—He dormido suficiente. Voy contigo.

El Uzumaki apartó el edredón en un giro brusco que le provocó un desagradable mareo. Su bamboleo para mantener el equilibrio sobre la cama hizo que Sasuke corriera a inclinarse sobre él.

—¿Naruto?

—Ya está. Me moví demasiado rápido y se me fue la cabeza, pero ya pasó. —Le dio un apretón tranquilizador en el antebrazo. La evolución desde la ansiedad al terciopelo en la sensual voz de su amigo había contribuido a la rauda mejoría.

—Te conviene descansar. Acuéstate. —El Uchiha empujó con firmeza el cuerpo tostado hacia abajo.

—Temeeeee... —Aferrado al otro, Naruto se resistió a fin de mantener su posición sentada—. Yo también quiero saber quién ha venido —exigió, echando el carnoso labio inferior hacia fuera.

—De acuerdo —accedió Sasuke, ante la graciosa mueca que acostumbraba a hacer de niño—. Pero si te desmayas por el pasillo, no te recogeré, me da igual que eches raíces. ¿Puedo soltarte?

Aquel matiz cálido. Naruto no estaba habituado a sentir esa calidez emanando de Sasuke. Le fundía los huesos.

—Sí —respondió, muriéndose por gritar lo contrario.

El Uchiha se enderezó y fue al armario a por ropa interior, un pantalón y una chaqueta de pijama. Luego se arrodilló sobre la cama y cogió las largas pantorrillas del rubio para atraerlas hacia sí.

—Arriba esas patas, dobe. Me niego a que corretees en pelotas por delante de mi hermano y de nuestros visitantes. Ya me haces pasar bastante vergüenza vestido.

—No se iban a espantar —declaró Naruto, pies en alto, obedeciendo al Uchiha—. Sai me putea porque él humillaría a un caballo. En las celebraciones de la aldea, Sakura-chan suele tomarse un chupito de sake, se lía a cuchichear con Ino y... hum...

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