Capítulo VIII. La oscuridad

38 5 0
                                    

—No te vendría mal un afeitado —se recomendó Naruto a sí mismo.

Frente a él, su reflejo se mesaba la incipiente pelusa que comenzaba a tapizar la mitad inferior de su cara. El espejo del baño mostraba a sus espaldas parte del lugar donde él y Sasuke dormirían esa noche, un agradable cuarto decorado al estilo tradicional y ocupado por dos futones, extendidos sobre el tatami de paja de arroz a lo largo del suelo de pulida madera oscura.

La habitación de un prostíbulo era la original ubicación elegida por el policía para su parada nocturna, tras pasar el día entero traqueteando en el interior de los túneles infernales. Recorrieron kilómetros y kilómetros en tren, saliendo esporádicamente a la superficie para comer o estirar las piernas. Hicieron el trayecto de pie, sentados o tumbados sobre las dos hileras de asientos de su cabina individual, compartiendo extensos y plácidos silencios, cabezadas para recobrar fuerzas, y amenas conversaciones acerca de las misiones más surrealistas de su infancia junto a Sakura y Kakashi. Por unas horas retomaron aquella corta etapa de sol en sus vidas, la época en la que las nubes negras se mantenían distantes, y les habría resultado inconcebible un futuro en el cual llegarían a luchar a muerte entre ellos y uno de los dos no sobreviviría.

Gradualmente, Naruto se trasladó con naturalidad al presente y al relato de las anécdotas cotidianas de la aldea que improvisaba cada atardecer frente a la lápida del Uchiha. Más adelante continuó narrando las nefastas consecuencias de la Cuarta Guerra Ninja: los sacrificios honorables de tantos, por contraposición a las deshonrosas partidas de unos pocos.

El vengador asentía o formulaba breves preguntas, evitando hacer referencia a su vida posterior a Konoha, sus tragedias o sus renuncias personales. No se sentía preparado para abrirse con la sencillez que demostraba Naruto y éste tampoco trató de presionarlo. Las cosas parecían rodar solas hacia delante. Necesitaban avanzar, aunque lo hacían despacio; daban pasos cortos y prudentes tanteando el camino, no fuera a ser que se les hundiese de repente bajo los pies.

Al irse aproximando el toque de queda, Sasuke le indicó al rubio que debían subir de nuevo y encontrar un refugio apropiado para pasar la noche. Ningún alma estaba autorizada a permanecer a la intemperie o en los trenes a partir de esa hora. Albergues y posadas con dormitorios comunales se sucedían por millares a lo largo del trayecto hacia la Torre, pero el Uchiha era renuente a usarlos. Naruto aceptó gustoso pernoctar en uno de esos antros de lenocinio tan del agrado de Sasuke. Al menos, disfrutarían de una habitación para ellos solos.

El próximo Hokage movió la cabeza, intentando observarse desde diferentes ángulos sobre el metal bruñido. Se había quedado sin su eficiente sistema de eliminación de vello facial, enseñanza del malogrado Asuma Sarutobi, insigne ninja de quien no llegó a aprender en la medida en que le hubiese gustado. En Konoha, una hojilla de chakra de viento, moldeada entre los dedos, convertía su afeitado semanal en una operación rápida e indolora. De ese modo, habría lucido una piel más suave que los pijamas de Sasuke durante otros seis o siete días; sin embargo, una semana era el tiempo que llevaba habitando en el Infierno, desprovisto de una gota de chakra con el que pelar barbas propias... o cuellos ajenos. El del mismo Orochimaru, por sacar a colación un inocente ejemplo. Le habría complacido tener a mano un utensilio afilado la mañana en la que el venenoso Sannin de las serpientes le estuvo implorando un afeitado de oreja a oreja.

Hablando de seres retorcidos, no le iba a quedar otra que recurrir a Sasuke para deshacerse de su problemilla barbudo, aunque dudaba que guardase en su mochila algo de provecho. El cuerpo del Uchiha poseía una piel inmaculada: podía afirmarlo tras haber explorado deliciosamente la mayor (y mejor) parte de su anatomía la noche anterior. La mejor opción para recuperar la tersura era acudir a la Númera en jefa del prostíbulo gay que los había acogido, por si alguno de sus subordinados podía proporcionarle instrumentos de rasurado masculino. Esa clase de establecimientos seguro que estaban debidamente provistos de cuanto era preciso para el afeitado de...

HOLLOWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora