Capítulo XVII. La vida

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—Naruto, por favor...

El polvoriento ninja, de pie frente al escritorio de la Quinta Hokage, se rascó la nuca. Acababa de llegar de su última misión y se había visto obligado a comparecer ante Tsunade, sin oportunidad de lavarse o cambiarse. La rubia necesitaba tratar con él un asunto de la máxima urgencia.

Sasuke.

—Tu amigo ha sido una auténtica pesadilla —prosiguió la líder de Konoha, meneando las coletas—. Me ha martirizado constantemente preguntando cuándo ibas a regresar, pero eso no es lo peor. Los consejeros que encargaron la matanza de los Uchiha viven empavorecidos, porque Sasuke no se priva de amedrentarlos. Ayer, sus camas se incineraron "solas" entre llamas negras y dos serpientes monstruosas surgieron de los desagües de sus bañeras. Y no mencionaré las incontables veces que ha dejado sin luz a media aldea o de su caprichosa afición a calcinar tenderetes de tomates.

—Sí —Naruto hizo una mueca—. Está obsesionado con que se los venden excesivamente maduros a propósito. Lo de los consejeros está justificado, baa-chan, y lo de la electricidad... ya conoces el genio que tiene. Se vuelve azul brillante y se le ponen los pelos de punta, su espada entra en contacto con algún cable suelto y...

—Deberíamos enviarlo a un lugar donde su enorme poder no cause tantos daños. Hasta ultimar la reconstrucción de Konoha, por lo menos —refunfuñó la rubia, cruzando los brazos bajo el generoso escote—. El Kazekage se ha ofrecido a daros asilo en Suna y las aldeas de arena no son tan vulnerables a las técnicas de rayo y fuego, o a los Susanoos rabiosos, como una villa con muchas casas de madera en reconstrucción.

Naruto asintió. Sasuke se convertía en el terror de Konoha, en cuanto él partía para llevar a cabo las misiones que, por el momento, al moreno le estaban vedadas. Solo mientras él estaba allí, su comportamiento era más sosegado y eran contados los arranques de ira justiciera.

—No puedo llevármelo a Suna. Gaara y él no hacen buenas migas. —La mirada rojo sangre del Uchiha en sus escasos tropiezos con el pelirrojo era digna de ver—. Daré con otra solución y si no, dejaré de hacer misiones hasta que se calme. En cuanto se acostumbre, recobraremos al Sasuke de antes.

La Hokage puso los ojos en blanco. "El Sasuke de antes". La idea era de todo menos tranquilizadora.

—Es mi responsabilidad —sentenció el rubio—. Tardará en familiarizarse de nuevo con nosotros, pero este es su hogar y lo hará. A la larga. Confía en mí, baa-chan.

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Sabía dónde lo encontraría.

Desde su retorno, el Uchiha demostraba un singular aprecio por los cielos de Konoha, con toda probabilidad a causa de sus años subterráneos con Orochimaru y con los Akatsuki. A la vuelta de sus viajes, Naruto invariablemente lo descubría en la cima del monte de los Hokages, contemplando las nubes al más puro estilo Shikamaru. El mínimo pretexto le servía para permanecer a la intemperie hasta la caída del atardecer y Sakura le había contado que, las tardes que él estaba fuera, siempre divisaban su estampa solitaria en cualquier lugar alto, contemplando el horizonte rosado y azul.

Cuando se encontraba en Konoha, había adquirido el hábito de acompañarlo. Varias veces por semana, en una zona apartada de la aldea y habilitada como inocua por la suspicaz Hokage, ponían en práctica sus técnicas cuerpo a cuerpo hasta quedar agotados. Si esa jornada habían discutido, suceso frecuente, los jutsus físicos derivaban en empleos potencialmente letales del chakra que Tsunade no habría aprobado. Pero siempre concluían sus batallas privadas trepando a un árbol, a esperar la llegada de la noche, reconfortantemente magullados y recostados contra el tronco, hasta que se hacía la hora de cenar. Igual que en los viejos tiempos.

HOLLOWWhere stories live. Discover now