Capítulo X. La penitencia

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Odiaba a Naruto.

Y el odio de Sasuke Uchiha jamás conoció límites.

Nuevamente se había interpuesto entre él y su destino. Su tozudez y su inquebrantable voluntad impidieron que consumara su venganza contra quienes destrozaron la vida de Itachi; eso podía comprenderlo hasta cierto punto. Sin embargo, en esta ocasión, lo había traicionado al truncar el reencuentro con su hermano y destruir la diminuta esperanza que lo mantuvo cuerdo desde que pisó la Ciudad. Naruto tomó la decisión unilateral de salvar a Sasuke sin tener en cuenta sus sentimientos.

El héroe de la Cuarta Guerra Ninja creía con fervor que toda persona merecía ser rescatada, de otros o de sí misma, y eso englobaba a quienes no perseguían redención, sino justicia o venganza. Pero Sasuke no deseaba ser salvado: el dolor era su carne y sus huesos, un ladrillo más en sus paredes. Formaba parte de sus cimientos y si se lo quitaran se derrumbaría su interior. Lo precisaba para seguir adelante, igual que a Itachi.

El pequeño y aterrado Sasuke de una noche de luna blanca y sangre roja necesitaba oír que su hermano mayor lo había perdonado, pese a todo; pero Naruto no lo consentiría y siempre fue demasiado poderoso para enfrentarse a él, física o emocionalmente, y salir airoso. El moreno reconocía su tremendo valor y su capacidad de renuncia. Naruto no temía a lo desconocido, ni a la magnitud de su enemigo; lo que le espantaba era presenciar el sufrimiento de sus seres queridos y no vería una segunda muerte de Sasuke en sus brazos. Su desespero por protegerlo suponía un lastre, un peso muerto a las espaldas del Uchiha más joven.

Si del rubio dependía, volverían a arrebatarle a Itachi.

Pero no iba a permitírselo. Ni al Infierno, ni a Naruto.

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Al anochecer del sexto día, llegaron a La Torre.

Tras el incidente en el bosque, el viaje se había transformado en un suplicio. Sasuke rechazó toda tentativa de explicación o disculpa, y no soportaba la proximidad del otro. Dormían en el mismo cuarto, pero en futones separados. Aunque al poco dejó de insistir, el rubio continuaba mirándolo de una forma triste y anhelante que el Uchiha aborrecía.

La Torre despertó a Naruto de un largo estado depresivo. Parpadeó mucho antes de pasear dos ojos de asombro por la gigantesca construcción que resplandecía en la oscuridad y cuya cima resultaba invisible entre las nubes nocturnas. Era una fortaleza de recios muros con contrafuertes, estrechas saeteras y pretiles con almenas. El mármol de un rosa vivo y recubierto por una perpetua capa de hielo la hacía desprender aquel brillo, visible a gran distancia.

No detectaron vigías y cruzaron las tinieblas bajo el dintel de la entrada desierta, sin que los interceptase ningún guarda. Tampoco apareció nadie en el patio interior, alumbrado por lámparas de aceite y alfombrado de nieve; sólo al fondo del vestíbulo del pabellón principal, un Número con un manojo de llaves tintineando en la mano los esperaba.

—Uzumaki-san, Uchiha-san, sean bienvenidos. Síganme.

Fueron conducidos por los sombríos pasillos del piso inferior hasta el sector de las dependencias reservadas a los visitantes. Era tarde y ya les habían preparado una habitación. Al día siguiente, despacharían con los jefes de Sasuke y podrían regresar a casa.

El cuarto era austero, lucía una chimenea encendida y gruesas pieles encima de los colchones como únicas concesiones a la comodidad.

Los ojos del moreno se detuvieron sobre las camas gemelas.

—¿Sería posible proporcionarle a Naruto otra habitación?

—Por supuesto.

El Número prometió que les traerían la cena en cuanto estuviese lista y fue a atender la petición del Uchiha.

HOLLOWWhere stories live. Discover now