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El sonido de las tijeras inundaba el ambiente, apenas había llegado al pequeño atelier con su amiga Jamia y comenzaban con las telas.

Era un poco graciosa la manera en la que debían trabajar ese día, y cómo lo harían los próximos, la tienda se especificaba en vestidos y toda clase de accesorios para novias. Teniendo eso en cuenta, los bordados y la aplicación de perlas en las telas era cosa de todos los días, esa actividad los hacía parecer pequeños ratones en sus mesas.

Para Frank ese era un mundo completamente diferente al que había estudiado, nunca se hubiera imaginado terminar trabajando con cosas tan artesanales y únicas. Cada velo era un esfuerzo de días, y las veces en que debían hablar con la clienta e introducirla en lo que sería la creación de su vestido eran simplemente emocionantes, aunque después les costase mucho trabajo.

Arreglar los detalles, y seguir con la gran expectativa que tenían sobre ellos lo ponía nervioso. Llevaba un período de tiempo de pocos meses trabajando en el lugar, siempre le pareció agradable la costura; los hilos, los géneros, y la suavidad con la que una tela podía abrazar el cuerpo.

Le encantaba su trabajo y cada una de las personas allí eran muy amigables, pero a veces debía admitir que era un dolor de cabeza ver todas las pequeñas líneas del bordado. De todas formas le agradaba. Arreglar los tocados y saber que serían para ocasiones tan especiales lo hacían sentir muy bien.

Mientras continuaba pensando, concentrado en la aguja traspasando la tela, escuchó a lo lejos la puerta principal, era imposible no hacerlo, siempre sonaba un tintinear de campanas cuando alguien llegaba.

Escuchó voces acercándose y colocó su mejor expresión de concentración.
 
—Y aquí se hace la magia—Frank sonrió tímidamente al oír aquello, estaba sentado frente a una gran estructura con bordes de madera, estas maderas ajustaban la tela y con sus hábiles dedos seguía las líneas para formar el patrón deseado.

Dos personas rieron y finalmente vió entrar al dueño del local, Donald Way. Sus zapatos relucían y su traje se veían muy elegante, como siempre había sido.

Detrás de él, caminaba Gerard Arthur Way, su hijo. El golpe de sus tacones contra el suelo de madera resonaba en todo el lugar, y llamó la atención inmediatamente de todos allí.

La presentación de Gerard fue corta y rápida, casi fugaz, y pronto solo se dedicó a observar el entorno.

Frank alzó su mirada hacia aquel jóven, y recordó demasiado tarde que llevaba una hebilla colorida para sostener los mechones de cabello que le estorbaban, pero decidió no quitarla. Ni siquiera podía hacerlo, se había quedado un poco impactado.

Gerard retocó un poco su cabello de un lado y formó una suave sonrisa, Frank aún no podía ver sus ojos por las gafas oscuras que el contrario llevaba, pero sabía que debía tener una hermosa mirada.

—Acogedor—comentó Gerard, alejándose un poco de su padre y deambulando entre los mesones repletos de hilos, pequeñas perlas y un sin fin de cosas.

Él llevaba puesto un traje, pero era algo diferente. De un color similar al del café (comparaciones ideales en la mente de Frank), con hombreras volviendolo elegante y un largo en sus pantalones justo para mostrar una buena parte de sus botas negras, que a su vez éstas combinaban con sus lentes enormes.

—¿Cómo están trabajando?—indaga el mayor de los Way, dirigiéndose a Leticia, era ella quien los supervisaba.

No le interesó la respuesta, y solo se dedicó a continuar su trabajo, oyendo únicamente el sonido constante de los movimientos que hacía.

—¿Qué haces?

Frank levantó su mirada y observó a Gerard de pie frente a él, tenía una expresión de aburrimiento bastante notoria. Anteriormente había escuchado algo sobre él, pero nunca lo había conocido, y eso no había sido un inconveniente, realmente no le había interesado, pero en ese momento llamaba su atención.

I really need you tonight. [Frerard]Where stories live. Discover now