Capitulo 8

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Durante un buen rato, reinó un silencio sepulcral en el prado nevado. Se podía percibir cómo iba creciendo la tensión en Edward y Alec cuando Aro evaluó las palabras de Carlisle.

Entonces, Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga. El escudo, Renata, le acompañó como si las yemas de sus dedos estuvieran pegadas a la túnica de su amo. Las líneas Vulturis reaccionaron por vez primera. Un gruñido cruzó sus filas, con rostro de combate y exhibieron los colmillos.

Unos pocos guardias se prepararon para correr. Aro alzó una mano a fin de contenerlos.

–Paz.–

Anduvo unos pocos pasos más y luego ladeó la cabeza. La curiosidad centelleó en sus ojos blanquecinos.

–Hermosas palabras, Carlisle– resopló –Parecen fuera de lugar si consideramos el ejército que has reclutado para matarnos a mí y mis allegados.–

Carlisle con la cabeza, negó la acusación y le tendió la mano derecha
como a pesar de estar separados por más de cien metros.

–Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue ésa mi intención.– Aro entornó sus ojos legañosos.

–¿Qué puede importar el propósito, mi querido amigo, a la vista de cuanto has
hecho?– A continuación, una sombra de tristeza era lo que mostraba.

–No he cometido el crimen por el que me vas a sentenciar.–

–Hazte a un lado en tal caso y déjanos castigar a los responsables. De veras,
Carlisle, nada me complacería más que respetar tu vida en el día de hoy.–

–Nadie ha roto la ley, Aro, deja que te lo explique– insistió Carlisle, que ofreció
otra vez su mano. Cayo llegó en silencio junto a Aro antes de que éste pudiera responder.

–Has creado y te has impuesto muchas reglas absurdas y leyes innecesarias– siseó él –¿Cómo es posible que defiendas el rompimiento de la única importante?–

–Nadie ha roto la ley. Si me escucharais...–

–Vemos a la cría, Carlisle– refunfuñó Cayo –No nos tomes por idiotas.–

–Ella no es inmortal, ni tampoco vampiro. Puedo demostrarlo en cuestión de segundos.–

–Si ella no es una de las prohibidas– le debatió Cayo –entonces, dime, ¿por qué
has reclutado un batallón para defenderla?–

–Son testigos como los que tú has traído, Cayo.– Carlisle hizo un gesto hacia el límite del bosque, donde estaban algunos integrantes –Cualquiera de esos amigos puede declarar la verdad acerca de esa niña, y también puedes verlo por ti mismo, Cayo. Observa el flujo de la sangre por sus mejillas.–

–¡Eso es un imposible!– le espetó Cayo –¿Dónde está la denunciante? ¡Que se
adelante!– Estiró el cuello y miró a su alrededor hasta localizar a Irina detrás de las ancianas –¡Tú, ven aquí!–

Irina le miró con fijeza y desconcierto. Su rostro parecía el de quien no se ha recuperado de la pesadilla de la que se ha despertado. Cayo chasqueó los dedos con impaciencia. Uno de los guardaespaldas se colocó junto a Irina y le propinó un empujón. Ella parpadeó dos veces y luego echó a andar en dirección a Cayo hostigada por completo. Se detuvo a unos metros de él, todavía sin apartar los ojos de sus hermanas.

Cayo cortó la distancia existente y le dio en la cara de una bofetada. El golpe no debió de hacerle mucho daño, pero resultó de lo más humillante. La escena recordaba a alguien pateando a un perro. Tanya y Kate sisearon a la vez.
Irina al final miró a Cayo; éste señaló a Renesmee con uno de sus dedos. La niña seguía colgada en la espalda de Bella, con los dedos hundidos en
el pelaje de Jacob. Cayo se puso púrpura al ver a Lydia y a Bella tan furiosas. Un gruñido retumbó en el pecho de Jacob.

𝑻𝒉𝒆 𝑶𝒕𝒉𝒆𝒓 𝑺𝒘𝒂𝒏 [𝑱𝒂𝒔𝒑𝒆𝒓 𝑯𝒂𝒍𝒆] EditandoWhere stories live. Discover now