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|I :things happened.

Lea trepó hasta la ventana de Mae aquella noche para dar lugar a su quedada nocturna. Así como todas las noches del segundo viernes de cada mes. La razón a por la que Lea no había ingresado por la puerta principal era el padrastro de la anfitriona. La última vez que su amiga había visitado la casucha de manera tradicional, Henry había hecho una escena tan grande que terminó en la partida inmediata de la invitada. Y todo gracias al hecho de que el timbre había interrumpido su programa favorito. A partir de aquel día, ambas amigas decidieron que ella no volvería a entrar por la puerta de entrada. En cambio, se escabulliría por la ventana de la habitación de Mae. No era difícil treparla ya que había un árbol aledaño que contaba con las ramas suficientes como para hacerse pasar por escalera y dar un fácil salto hasta el alero de la casa.

Al ingresar a la acogedora habitación luego de la larga caminata desde su casa a la de su amiga, Lea suspiró y se dejó caer en la cama. Su cabello rubio estaba escondido bajo un gorro de lana, que luego quitó y lanzó a su suerte. Las paredes del aburrido gris parecían más oscuras bajo la tenue luminosidad que profanaba la lámpara sobre el pequeño y viejo banquillo que reposaba junto a la cama simulando una mesa de noche. La invitada rápidamente notó que las calcomanías fluorescentes de estrellas que siempre habían estado decorando el techo de la habitación de Mae habían desaparecido dejando algunos requebrajos en la pintura en los lugares donde solían estar.

—Quitaste las estrellas —comentó.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque perdieron su brillo —respondió luego de mirar el techo y tumbarse con su amiga—. Ya no brillaban como antes... No sé si fue producto de mi cabeza porque me traían recuerdos agobiantes, o porque de verdad ya estaban viejas.

—¿Las tiraste?

—Sí —declaró, provocando que su amiga se preocupara.

—Pero, Mae, me dijiste que era el único regalo que aún tenías de tu padre.

Su padre había fallecido en un accidente automovilístico cuando la chica tenía apenas diez años, y Mae encontraba difícil hablar de ello sin largarse a llorar desconsoladamente, por lo cual prefería evitar todo lo relacionado con su difunto padre. Pero en aquel momento no se la notaba triste, ninguna lágrima amenazaba con caer de sus ojos. En vez de esto, en ellos había añoranza. El indicio necesario para saber que ya se encontraba lista para que la muerte de su padre dejara de ser una de sus mayores pesadumbres y superarlo, pero sin olvidar.

—Lo sé. ¿Pero no te parecen mucho más bonitas las estrellas reales?

—Pues, claro, pero...

—Es sólo plástico fluorescente, Lea —la interrumpió con un tono más brusco del que procuró—. El recuerdo de mi padre colocándolas en el techo lo tendré para siempre, con o sin ellas. Además, cuando quiera mirar las estrellas, puedo hacerlo sobre el alero, donde tal vez incluso mi padre esté viéndome también.

Lea, finalmente convencida, le dio la razón y decidió no seguir insistiendo con una sonrisa. Mae le parecía tan extraña a veces que inclusive dudaba que haya bebido o consumido algo.

—Como sea —concedió levantándose de la cama para revisar en su mochila—. Tu problema. Ahora, saltemos a la parte divertida.

De su mochila sacó una gran botella de lo que Mae leyó como vodka. Levantó las cejas. Lea era una caja de sorpresas y siempre sabía que no debía subestimarla con su talento de aparecer con objetos o ideas inesperadas.

—¿De dónde lo...?

—Tengo contactos —interrumpió. Mae mordió su labio inferior impidiendo que se le escapara una sonrisa. Ambas eran menores de edad y ningún local que ella conociera les vendía alcohol. Aun así, toda su generación conseguía asirse con bebidas de este tipo de una manera u otra.

MAEWhere stories live. Discover now