◌ III

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|III :so hard yet so easy.

Mae no fue al instituto por toda una semana.

La muerte de su madre todavía era acaparadora de todas sus pesadillas. Revivía cada momento una y otra vez, siendo incapaz de despertar por su propia voluntad y escapar de aquella realidad que su mente no cesaba de repetir en bucle.

Había perdido la cuenta de cuántas veces había llorado desconsoladamente ahogando sus gritos en la almohada. No había salido de su habitación más que pocas veces para tomar alguna mísera fruta. Se sentía como si una parte de ella misma se había desvanecido en el mismo momento en el que su madre decidió irse. Se sentía incompleta. Le faltaba una pieza para volver a ser sí misma, y las piezas que aún le quedaban, estaban destrozadas.

Su cabeza reproducía las últimas palabras de Gianna como si de una canción en constante repetición se tratara. Su nombre retumbaba en sus entrañas tal bombo en silencio. Cada vez con más intensidad. Siempre que intentaba desviar su cabeza del asunto, le era imposible no seguir nuevamente la línea de pensamientos hasta acabar con los ojos rojos y llenos de lágrimas.

Analizando miles de escenarios donde las cosas pudieron haber salido bien, culpándose por cada cosa que hizo y que no. Cayendo en la dura realidad de que jamás volvería a ver su rostro más que en sus recuerdos. Jamás volvería a escuchar su voz, ni poder abrazarla. Se había ido para siempre y las únicas posibles instancias donde pudiese volver a verla eran inciertas. Sólo sabía que, en esta vida, ella la había abandonado y la única presencia suya que obtendría sería en la vida de la consciencia subjetiva, y no la física.

Era tan difícil, empero tan fácil al mismo tiempo. Aceptar que ya no estaba. Su muerte la ponía en una situación donde no sabía qué postura adoptar, obligándola a oscilar entre el llanto, la negación, la conmoción, y un torbellino de emociones que luchaban entre sí por la predominancia. Y cuando lograba noquear sus sentimientos y apagar su subconsciente, un vacío tan inmenso corroía desde su interior, dejando una presión en su pecho, inhabilitándola poder ser capaz de cualquier otra cosa más que quedarse inmóvil, con la vista en un punto fijo en su habitación, pero sin mirar absolutamente nada.

Entonces, luego de largos días en vela y una colosal devastación, entendió qué era aquello que su corazón había sentido fallecer dentro de sí. Ella misma. Una parte de sí, que le perteneció toda su vida. Maeve. El nombre con el que sus padres le habían nombrado. Con ambos ausentes, aquel denominativo ya no tenía valor. Había perdido todo su significado, pero no la reminiscencia que albergaba. Junto a sus artífices, Maeve era otro de los recuerdos que ya había dejado de existir en su presente y pasaría a formar parte de su rememoración.

Siempre se había hecho llamar Mae. No le gustaba su nombre completo, pero sus padres siempre la llamaban así. Y eso a la joven no le molestaba. Lo consideraba como algo intrínseco para ellos, como un secreto que los tres compartieron y les pertenecía única y enteramente.

Maeve, y todo lo que conllevaba, se esfumaba paulatinamente. Y esa lenta desaparición era lo que carcomía las capas de su corazón provocando que el dolor fuese monstruoso.

◌◌◌

Mae no había visto a Henry por tres días. Desde la última vez que bajó las escaleras para tomar una manzana y seguir deplorando su tristeza, lo había visto sentado en el habitual sillón mirando la pantalla del televisor, estático. No se movió ni un ápice cuando Mae tomó la fruta y se dirigió nuevamente a su dormitorio. La muchacha había contemplado la parte trasera de su cabeza y soltando un bufido, desvió la mirada.

Luego de semana y media hibernando en su habitación, Mae decidió que era hora de volver a su rutina, ansiando poder escapar de su casa y obligar a su cabeza a concentrarse en otros asuntos. Negándose a dejar que los sucesos acabaran con ella y le impidiesen prosperar.

MAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora