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|II :Maeve.

El estruendo de un trueno hace que Mae de un respingo sobre su cama, dejando caer la media que estaba por ponerse ocasionalmente. Giró su cabeza en dirección a la ventana y vio que apenas hay luz solar debido a la tormenta eléctrica que se formaba en el exterior. Unas nubes renegridas decoraban el cielo y entre ellas resplandecían relámpagos esporádicos.

Continuó con su tarea de vestirse para tomar rumbo a la escuela y, luego de cubrirse con maquillaje el chupetón que todavía tenía de la fiesta del viernes como pudo, bajó las escaleras con su mochila a los hombros, dónde los gritos que había escuchado desde que despertó aminoraron con su presencia.

Su madre y padrastro compartieron miradas incómodas y, con un bufido, Henry volvió a la habitación que compartía con su esposa dando un portazo.

Mae preparó su desayuno desatendiendo a las miradas avergonzadas que le lanzaba su madre. Cuando tomó asiento al lado de la encimera, alzó la vista al rostro de su madre, quien se había sentado enfrente. Estudió las bolsas ennegrecidas bajo sus ojos y lo pálida que se había vuelto su piel. Tampoco le pasó por alto su mejilla inflamada y el ligero temblor en sus manos entrelazadas. Su entrecejo se elevó mostrando una expresión preocupada.

—Mamá —Buscó su mano bajo la encimera y cuando la encontró le dio un fuerte apretujón seguido de caricias que mostraban su desasosiego por lo descuidadas que eran. —Déjalo.

Ella irguió su cabeza lentamente, temerosa por mostrarse tan desprotegida frente a su hija, y la contempló a los ojos. Sus hermosos ojos verdosos que tanto se parecían a los de su padre. Junto al color de su melena, era lo único que había heredado de su progenitor. El resto de su aspecto físico cada vez se asemejaba más al de su madre, diferenciándose ambas por los colores de sus cabellos e iris.

Sonrió compungida, no fingió. Estaba orgullosa y agradecida de su hija. Era lo que más amaba en el mundo y haría lo que fuera por ella. Pero su desgasto físico y mental le hacía olvidar a menudo que Mae era una razón compacta por la que luchar. Se sintió una persona horrible por no haber pensado cómo todo el asunto afectaría a su pequeña, estaba tan enfrascada en su propio sufrimiento que no vio las consecuencias en su entorno. Una lágrima discreta bajó desde el rabillo de uno de sus grises ojos.

—Lo haré —prometió con un hilo de voz mientras asentía e intentaba no derramar el torrente de lágrimas que se acumulaba en sus ojos —. Lo haré.

Mae rodeó la encimera y encerró a su madre en un confortable abrazo, transmitiéndole todo el cariño que no podía plasmar en palabras mediante aquel gesto. Gianna sollozó silenciosamente acariciando los antebrazos de su hija, cerrando los párpados con fuerza como si de esa forma pudiese detener la cascada que caía de sus ojos.

Después de largos segundos sumidas en un abrazo, Mae se separó lentamente y retrocedió a colocarse la mochila sobre los hombros para iniciar su caminata hacia la escuela.

—Maeve —la llamó Gianna cuando su mano estaba en el pestillo—. Lo siento.

Su llanto había disminuido luego del apretón, pero juzgando por su expresión, en cualquier momento estallaría otra vez. La disculpa golpeó a Mae en el pecho provocándole un enfado engente hacia su padrastro e impotencia por ser incapaz de hacer algo al respecto con la situación de su esposa. Sus ojos aguachinaron al ver a Gianna tan débil e indefensa. Le partía el alma en pedazos saber que su madre estaba pasando por un momento arduo y eso la deterioraba paulatinamente.

—Está bien, ma —tranquilizó ella, con un mal presentimiento acrecentando dentro suyo—. No es tu culpa.

A pesar de querer quedarse, Mae salió al exterior de la vivienda y abrió el paraguas para encaminarse a su centro de estudios. Sus notas estaban bajando y debía esforzarse si quería progresar para sacar a su madre de aquella compleja situación. La verdad era que ella no poseía un gran intelectual y solía distraerse muy a menudo. Pero sólo necesitaba concentrarse y estudiar para elevar sus calificaciones.

MAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora