◌ VIII

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|VIII :you go, girl.

Mae despertó en su cama. No recordaba cómo llegó allí, pero al ver su ropaje de la noche anterior supo que no llegó allí en buen estado, habiendo dormido con pantalones de cuero y una blusa rosa. Se sentó sobre el colchón completamente desarreglado y miró a su alrededor. Observó una de sus botas en el suelo y la otra sobre la mesa de noche.

—¿Cómo llegó eso ahí? —se preguntó a sí misma.

Cuando se levantó para ubicarla en el suelo, una inmediata jaqueca se hizo presente en su cabeza. Apretó levemente sus sienes y se dirigió al baño para tomar una aspirina.

Con ambos brazos colocados a los costados del lavabo sosteniendo todo el peso de su torso, alzó la cabeza hasta posicionarla frente a los ojos verdinegros observándola en el espejo, con maquillaje corrido por todo el rostro y el cabello enmarañado. Luego de varios segundos, fragmentos de la noche anterior volaron a su cabeza.

Bebiendo, bailando en la pista con Eloise y Trevor, diciendo cosas vergonzosas a desconocidos, besándose con Caiden, fumando con dos sujetos y besándose con Wyatt.

Mierda —murmuró al recordar todo esto, escondiendo su rostro de la mirada acusatoria de su reflejo.

No podía creer que había besado a dos amigos —también quería creer que eran sus amigos— y, lo más increíble de todo, que ambos le hayan correspondido. Los tres estaban pasados de copas; esa es la única explicación coherente que ella quería creer.

Chequeó una última vez su reflejo antes de quitarse los restos de maquillaje y salir del baño dando un suspiro. Verificando que Henry no se encontrara cerca, bajó las escaleras hasta la cocina y tomó la comida que pudo para devorarla en su habitación.

Una vez hecho esto, se colocó algo de ropa casual y salió de su casa por la ventana, sin rumbo fijo en especial, sólo deseando salir de allí y respirar algo de aire fresco. El sol estaba más cerca de ponerse que de su cumbre, así que aligeró su paso para poder aprovechar el día.

Generalmente, después de las salidas nocturnas a Hernold's, Mae no solía volverlos a encontrar, por lo menos, hasta el domingo, pero siempre había excepciones —que comenzaban a resultar cada vez más frecuentes—, donde ella irrumpía en el apartamento de Eloise para cocinar o merendar juntas. Desde la primera vez que Mae despertó junto a la pelinegra, se habían vuelto cada vez más cercanas y una vez que la confianza fue suficiente para Eloise, le había dicho que podía visitarla cuando gustase ya que conocía de la situación con su padrastro.

Cuando finalmente llegó, golpeó cuatro veces con un ritmo casi musical y el usual que ella utilizaba. Eloise supo de inmediato de quién se trataba y dejó de batir la mezcla en su bol para abrir la puerta.

—Buenas tardes, bella durmiente —saludó Eloise con un beso en la mejilla.

—Bella demacrada, en todo caso —replicó su amiga desplomándose en el sillón al lado de la entrada.

—Nada de eso —reclamó la pelinegra luego de observar qué es lo que Mae había hecho—, en esta casa se trabaja.

Sonriendo, Mae se levantó y pidió por instrucciones a su amiga para ayudarla a cocinar. Su comentario trajo recuerdos con su madre que tenía enterrados de hace mucho tiempo atrás, y no pudo evitar sumirse en una leve nostalgia interrumpida por indicaciones de su amiga.

Mientras cocinaban, ambas chicas se contaron anécdotas graciosas de la noche anterior, hasta que Mae no tuvo opción que hacerle saber lo sucedido con sus dos amigos.

Esto tomó a Eloise tan por sorpresa, que se quedó a media tarea, congelada en su lugar con la gran masa amarillenta entre sus manos, lista para ser depositada en el fregadero para amasar. Mae no supo cómo tomarse esa reacción, así que simplemente aguardó a sus palabras con ojos inquietos y un tic en su pie derecho.

MAEOnde histórias criam vida. Descubra agora