El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación

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Desesperado, salí a buscarlo por todas partes, es decir, por los lugares en que habitualmente nos encontrábamos o caminábamos

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Desesperado, salí a buscarlo por todas partes, es decir, por los lugares en que habitualmente nos encontrábamos o caminábamos.

No lo vi por ningún lado, hasta que comprendí que lo más probable era, precisamente, que caminara por cualquier parte menos por los lugares que le recordasen nuestros mejores momentos.

Corrí de nuevo hasta su casa, pero era muy tarde y probablemente ya hubiera entrado.

Telefoneé nuevamente: en efecto, había vuelto; pero me dijeron que estaba en cama y que le era imposible atender el teléfono.

Había dado mi nombre, sin embargo.

Algo se había roto entre nosotros.

Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad.

Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.

Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones.

En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas.

Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean.

Esa noche me emborraché en un cafetín del bajo.

Estaba en lo peor de mi borrachera cuando sentí tanto asco de la mujer que estaba conmigo y de las personas que me rodeaban que salí corriendo a la calle.

Caminé y caminé, hasta llegar a un puente de por ahí.

Me senté por ahí y lloré.

El agua sucia, abajo, me tentaba constantemente: ¿para qué sufrir? El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.

La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar.

¿Pero despertar a qué?

Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de suicidio.

A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad.

Hair Band /HyunMinTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon