Arpía

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Mientras salía del lugar y recordaba la cara de ese peli-azul, un pensamiento se me vino a la mente, este era que quedaba un recurso desesperado, el recibo, lo busqué en todos los bolsillos, pero no lo encontré: lo habría arrojado estúpidamente, p...

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Mientras salía del lugar y recordaba la cara de ese peli-azul, un pensamiento se me vino a la mente, este era que quedaba un recurso desesperado, el recibo, lo busqué en todos los bolsillos, pero no lo encontré: lo habría arrojado estúpidamente, por ahí.

Volví corriendo al correo, sin embargo, y me puse en la fila de las certificadas.

Cuando llegó mi turno, pregunté a la empleada, mientras hacía un horrible e hipócrita esfuerzo para sonreír.

—¿No me reconoce? —La mujer me miró con asombro: seguramente pensó que era loco. Para sacarla de su error, le dije que era la persona que acababa de enviar una carta a la estancia Song. El asombro de aquella estúpida pareció aumentar y, tal vez con el deseo de compartirlo o de pedir consejo ante algo que no alcanzaba a comprender, volvió su rostro hacia un compañero; me miró nuevamente a mí. —Perdí el recibo —expliqué. No obtuve respuesta. —Quiero decir que necesito la carta y no tengo el recibo —agregué.

La mujer y el otro empleado se miraron, durante un instante, como dos compañeros de baraja.

Por fin, con el acento de alguien que está profundamente maravillado, me preguntó:

—¿Usted quiere que le devuelvan la carta?

—Así es.

—¿Y ni siquiera tiene el recibo?

Tuve que admitir que, en efecto, no tenía ese importante documento.

El asombro de la mujer había aumentado hasta el límite.

Balbuceó algo que no entendí y volvió a mirar a su compañero.

—Quiere que le devuelvan una carta —tartamudeó. El otro sonrió con infinita estupidez, pero con el propósito de querer mostrar viveza. La mujer me miró y me dijo. —Es completamente imposible.

—Le puedo mostrar documentos —repliqué, sacando unos papeles.

—No hay nada que hacer. El reglamento es terminante.

—El reglamento, como usted comprenderá, debe estar de acuerdo con la lógica. —exclamé con violencia, mientras comenzaba a irritarme un lunar con pelos largos que esa mujer tenía en la mejilla.

—¿Usted conoce el reglamento? —me preguntó con sorna.

—No hay necesidad de conocerlo, señora —respondí fríamente, sabiendo que la palabra señora debía herirla mortalmente. Los ojos de la arpía brillaban ahora de indignación. —Usted comprende, señora, que el reglamento no puede ser ilógico: tiene que haber sido redactado por una persona normal, no por un loco. Si yo despacho una carta y al instante vuelvo a pedir que me la devuelvan porque me he olvidado de algo esencial, lo lógico es que se atienda mi pedido, ¿O es que el correo tiene empeño en hacer llegar cartas incompletas o equívocas? Es perfectamente claro y razonable que el correo es un medio de comunicación, no un medio de compulsión, por lo tanto el correo no puede obligar a mandar una carta si yo no quiero.

Hair Band /HyunMinWhere stories live. Discover now