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Elisa estaba en una habitación vacía de paredes blancas e impolutas sin ninguna puerta ni ventana. No sabía cómo había llegado hasta ahí. Buscó a Caliel pero no lo encontró a la vista. Se volteó de un lado al otro intentando reconocer la estancia, pero por más que lo intentaba no lograba saber dónde se encontraba. Buscó alguna salida pero era obvio que no había ninguna y se preguntó a sí misma cómo había llegado hasta allí. Sus manos comenzaron a sudar a la par que su corazón se agitaba al darse cuenta de que no había escape, la desesperación empezó a inundar todo su sistema y su respiración se volvió inestable y errática.

—Elisa, estoy aquí —escuchó que decían. Era la inconfundible voz de su padre.

—¿Papá? ¿Dónde estás? —habló ella atemorizada.

—Aquí, atrás —dijo su padre y Elisa volteó. La figura de su progenitor apareció justo a un par de pasos de ella y la muchacha sintió que el alivio la llenaba de nuevo.

—¡Papá! —exclamó antes de lanzarse a sus brazos, el hombre la rodeó en un abrazo y entonces Elisa se largó a llorar—. ¡Te extrañamos tanto, papá! Mamá y yo... ¿Estás bien? —preguntó alejándose un poco para verlo a los ojos.

—Estoy bien, hija. ¿Y ustedes? Tienen que cuidarse mucho, Elisa.

—Sí, papá. Estamos bien. ¿Acaso... esto es el cielo? —preguntó Elisa observando a su alrededor.

—No... Escucha, Elisa. Necesito que le digas a tu madre que no pierda las esperanzas. La he visto llorar, está deprimida y temo que se deje vencer —comentó su padre con preocupación en la voz—. Dile que pronto todo estará bien... pero debe aguantar solo un poco más. Y tú, chiquita —dijo mientras la tomaba de la mano y la observaba con ternura—, ahora puedo entender muchas cosas. Necesito que seas fuerte y que recuerdes que siempre habrá una salida y que nunca estarás sola —añadió. Elisa se quebró ante aquellas palabras y sus lágrimas comenzaron a caer en cascada.

—Todo es tan difícil desde que te fuiste, papá —susurró mientras buscaba con su mano aquella cadenita que siempre la tranquilizaba.

—Lo sé, hija. Lo sé. —Su padre la abrazó de nuevo y plantó un suave beso en su frente, Elisa cerró los ojos intentando que ese momento fuera eterno.

Un frío intenso acompañado de una bruma blanca empezó a subir entonces por sus pies. Elisa intentó moverse pero no pudo, su cuerpo no le respondía. Levantó la vista en busca de la mirada tranquilizadora de su padre pero entonces se percató de que él ya no estaba, había desaparecido y otra vez se encontraba sola.

—¿Papá? ¿Dónde estás? —preguntó.

—Sólo cuídate mucho, chiquita. —La voz sonó lejana y se esfumó de la misma forma que lo había hecho su figura.

Elisa intentó una vez más moverse pero no pudo, la bruma blanquecina que había estado subiendo en pequeños círculos alrededor de sus piernas era ahora grisácea y el frío se hacía cada vez más intenso. Sus dientes empezaron a castañetear como primer síntoma de la hipotermia y al bajar la vista pudo ver que sus manos tenían un ligero tono purpúreo. Quiso gritar pidiendo ayuda, sus pensamientos llamaban a Caliel, pero sus labios aunque se movían no producían ningún sonido.

La niebla se hizo más y más espesa tornándose cada vez más oscura. En algún punto alcanzó el nivel de su hombro y tomó la forma de una mano negra de dedos largos y puntiagudos. Los dedos intentaron colarse por su boca y sus fosas nasales mientras ella intentaba zafarse moviendo la cabeza —que era la única parte del cuerpo que podía mover— de un lado para el otro con vehemencia. El grito se le ahogaba en la garganta y por algún motivo presentía que si esos dedos de humo llegaban a colarse en sus fosas nasales, moriría.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now