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El beso comenzó tan tímido como un simple roce, entonces ambos se separaron tan solo un par de centímetros para observarse fijamente, fue solo un segundo, porque sus labios —como si tuvieran un imán y no pudieran mantenerse separados— se volvieron a unir. Esta vez se animaron un poco más, sus cuerpos se acercaron inconscientemente y sus labios se unían y separaban en pequeños besos suaves, inocentes pero intensos. Caliel levantó su mano derecha y acarició la mejilla de Elisa y la chica sonrió sintiendo su toque como un paréntesis de calma en medio de la desolación que los rodeaba. El chico delineó con sus dedos todas sus facciones sintiendo que las conocía como si hubiera sido parte de él por siempre, sentía que en algún rincón de su memoria, cubierta por un finísimo velo, se encontraba toda esa información que necesitaba recuperar.

—¿De verdad puedes sentir? —preguntó Elisa recorriendo con su dedo índice los labios suaves de Caliel.

—Sí, ¿por? —inquirió el chico desconcertado. ¿Por qué no podría hacerlo?

—¿Y cómo sientes? ¿Qué sientes? —quiso saber Elisa sin dejar de acariciarlo con dulzura. Le agradaba su piel cálida y suave que se estremecía a su tacto, y por algún motivo aquella cercanía que estaban experimentando se le hacía agradable, como si hubiera sido así siempre.

—No sabría explicarlo, además solo siento. Es decir, no recuerdo nada, soy puro sensaciones. No sé quién eres ni por qué estamos juntos, no sé por qué estamos caminando y escondiéndonos... No sé a dónde vamos, pero siento que es aquí, contigo con quien debo estar y que a donde tú vayas debo ir —añadió. Elisa sonrió y se acercó a él.

Caliel la envolvió en sus brazos y ella recostó su cabeza en su pecho. Hicieron silencio, ella pensaba en que a pesar de todo —del caos, de la muerte, del hambre, del dolor—, a pesar de estar viviendo una pesadilla que jamás creyó siquiera posible, podía de alguna manera sentir que todo saldría bien si se mantenían juntos. El chico pensó que necesitaba recordarla No era justo que ella estuviera cuidándolo y protegiéndolo de quién sabe qué cosas y él ni siquiera supiera qué era de ella. No podía quedarse con la duda, así que armándose de valor y después de un buen rato pensando cómo formular la pregunta, la cuestionó.

—Elisa... tú y yo, ¿qué somos?

Después de todo se habían besado hacía solo unos minutos.

—No lo sé, Caliel. Supongo que solo somos... Somos parte el uno del otro.

Ambos observaron la noche, el cielo estrellado y se dejaron envolver por el cansancio. Una sensación de ansiedad, de incertidumbre, de temor, hizo que Elisa despertara sobresaltada. El sol estaba comenzando a salir y sintió que debían seguir su camino, algo dentro de ella le decía que huyeran, que siguiera buscando ese algo que aún no sabía qué era.

—Caliel. Caliel, despierta —lo llamó.

—¿No podemos dormir un poco más?

—No, no hay tiempo, debemos seguir —insistió insegura. Algo en el ambiente, en el aire, le hacía sentir ansiosa.

Caliel se levantó y se restregó los ojos, cargaron las cosas lo más rápido que pudieron y salieron de allí alejándose del riachuelo e internándose en el bosque de nuevo. Elisa iba caminando con rapidez, concentrada en llegar a ese sitio que aún no sabía cuál era pero que presentía estaba cerca. Caliel observaba todo a su alrededor, entonces una pequeña ardilla se cruzó corriendo delante de Elisa y algunas piezas fueron ordenándose en la memoria de Caliel.

—Detente —pidió agitado. Varias imágenes se amontonaban en su cabeza.

—No podemos detenernos ahora, Caliel —dijo Elisa observándolo.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now